domingo, 26 de diciembre de 2021

Leyendo 2021 : El idioma materno

Este libro de Fabio Morábito fue publicado por Gog&Magog, en 2014

El autor nació en Alejandría, Egipto, de padres de origen italiano. Vive en México desde su adolescencia. Creo que esto explica muchas cosas que se hablan en el libro como la escritura, el lenguaje, el idioma. 

Este libro es de esos, muy deseados. Largo rato perseguidos.

No es una novela sino un libro de ensayos breves sobre distintos temas.

En dónde se explora, la literatura, la lectura, la poesía, la lengua, y también autores y libros.

Cuando lo terminé de leer, no corrí a reseñarlo porque me dejó una sensación de ambigüedad, hubo algunos en donde me perdí, y otros en dónde no me hallé.
Pero al volver al libro para reseñarlo, me dí cuenta de la cantidad de subrayados, de hojas dobladas, de marcas que necesité para terminarlo y me amigué con él. Más aún cuando encontré en el propio texto la respuesta

 " Un libro tiene derecho de aburrir al lector. Hay páginas soporíferas en "La montaña mágica" y es un gran libro."

Entendí que de tanto acumular deseo mis expectativas eran que no me defraudara, leerlo de un tirón, y no pasó así. Pero no porque fuera un mal libro, sino porque habla de muchas cosas y hay cosas que no me hablan a mí, como otros libros o autores que aún no conozco. Y me dí cuenta que tampoco me defraudó, y la prueba es que comparto subrayados de él, para que  los tengan:

"...la poesía es huidiza y engañosa: no concede nada, no promete nada"

"Todo libro rompe un cerco, pero a su vez nace de él, de una voz que ha sido capaz de volverse un cerco de voces, un murmullo junto al fuego"

"...la poesía es como un hombre en una cueva oscura, que antes de dar el siguiente paso debe afianzar ambos pies y encomendarse a Dios."

"Esto habría que decirles a los alumnos: que nunca se termina de escribir lo que uno escribe porque el mundo apurado nos lo arranca de la mano y sin ese apuro no habría estilo ni casi razón para escribir. Y decirles también que más allá de estilos y de géneros, de temas y argumentos, quien escribe, escribe siempre y tan solo un justificante"

El ensayo que da nombre dice:

"Porque todo escritor, bien visto, se hace escritor gracias a esa traición, se aparta de la lengua madre para adoptar la lengua que no es la propia , una lengua extranjera, una lengua sin lágrimas. Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque sólo dejando de llorar se puede escribir."


Estupenda tarea de esta editorial argentina Gog&Magog, que hace que me enamore de cada libro que leo. Del mismo autor han publicado también "El lector a domicilio", y "También Berlín se olvida"



Les dejo una de sus páginas.

"Escribir sin levantar la cabeza"

        Tuve un maestro que nos leía cuentos mientras paseaba por el salón de clase. Sostenía el libro abierto en la mano derecha y guardaba la izquierda en el bolsillo del pantalón, que sacaba para dar vuelta la hoja y, aprovechando el gesto, propinaba un coscorrón a los que hablaban o miraban por la ventana. Si la falta era más grave interrumpía la lec
tura, cambiaba el libro de mano y asestaba con la derecha un golpe tremendo en la cabeza del desgraciado de turno. Lo veo todavía en su eterno traje gris, gastado de tanto uso, caminando entre los pupitres. Su manera de sujetar el volumen abierto con una mano, ocultando la otra en el bolsillo del pantalón, me hizo entender a carta cabal qué es un libro. La mano golpeadora, oculta en el bolsillo, era la misma con al que daba vuelta a las páginas con suma delicadeza. Ese hombre cuya autoridad sobre nosotros era inmensa, con un libro en la mano sufría una metamorfosis y un ablandamiento que llegaban a cambiarle los gestos y la voz. Con ello, se nos hacía palpable el ascendente que un libro, ese objeto relativamente sencillo, puede tener sobre una persona. No nos cautivaba tanto el relato como la transformación del maestro. Pero nadie podía considerarse a salvo y cuando sacaba la mano del bolsillo para dar vuelta a la hoja, volvíamos a temblar. La mano aguardaba unos segundos, lista a descargar el golpe sobre algún desprevenido. Esa pausa, muy breve si el cuento tenía atrapado a nuestro verdugo, se alargaba peligrosamente si la historia resultaba floja. En cierto modo eso representó una lección duradera de bien escribir, porque no me cabe la menor duda de que un buen cuento y a veces tan sólo una buena línea nos ahorraron unos certeros golpes en la nuca y en el cráneo. Habría que escribir siempre así: bajo una constante amenaza física en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase. Pero hoy desgraciadamente en la mayoría de los talleres literarios se enseña a escribir sin miedo y con la frente en alto.




sábado, 25 de diciembre de 2021

Cuento de Navidad

¡Feliz Navidad!


Hoy no pensaba escribirles nada, pero mágicamente, me llegó este cuento. De un modo único, leído por María Teresa Andruetto. No sé cómo me llegó así. No lo conocía, lo busqué. Lo leí. Lo quise compartir. Como un regalo de Navidad. Pero no podía compartirlo con la voz de la Tere sin su autorización. Así que lo grabé. No tan lindo seguramente, pero como un regalo. Un regalo de Bradbury a quien amo, para nosotros. Un regalo de la Tere, para mí. Un regalo de mí para uds.





Foto de Vivian Maier.



Cuento de Navidad

[Cuento - Texto completo extraído de Ciudad Seba]
Ray Bradbury


El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana los obligaron a dejar el regalo porque excedía el peso máximo por pocas onzas, al igual que el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios.



-¿Qué haremos?

-Nada, ¿qué podemos hacer?

-¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol!

La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar. El niño iba entre ellos, pálido y silencioso.

-Ya se me ocurrirá algo -dijo el padre.

-¿Qué…? -preguntó el niño.

El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo:

-Quiero mirar por el ojo de buey.

-Todavía no -dijo el padre-. Más tarde.

-Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos.

-Espera un poco -dijo el padre.

El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el viaje fuera feliz y maravilloso.

-Hijo mío -dijo-, dentro de medía hora será Navidad.

-Oh -dijo la madre, consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios.

-Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo prometieron.

-Sí, sí. todo eso y mucho más -dijo el padre.

-Pero… -empezó a decir la madre.

-Sí -dijo el padre-. Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto.

Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.

-Ya es casi la hora.

-¿Me prestas tu reloj? -preguntó el niño.

El padre le prestó su reloj. El niño lo sostuvo entre los dedos mientras el resto de la hora se extinguía en el fuego, el silencio y el imperceptible movimiento del cohete.

-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?

-Ven, vamos a verlo -dijo el padre, y tomó al niño de la mano.

Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía.

-No entiendo.

-Ya lo entenderás -dijo el padre-. Hemos llegado.

Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces.

-Entra, hijo.

-Está oscuro.

-No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá.

Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. El niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar.

-Feliz Navidad, hijo -dijo el padre.

Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

FIN



(si lo quieren escuchar se los dejo grabado acá )