Hace un par de años atrás (¡qué lejos nos queda el 2019!), en el mes de Septiembre se me ocurrió llevar más poesía al aula donde doy clases de biología a un 2do año de secundaria (en una escuela pública de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires).
Solíamos compartir poesía, la leíamos en voz alta en la sala de lectura, o la clase comenzaba leyendo algún poema.
Me pareció que la poesía tenía que ser un regalo para la última hora del viernes, cuando nos fuéramos rumbo al fin de semana.
Así empezamos, los viernes llevaba un sobre en el que guardaba poemas seleccionados. Al terminar la clase lo sacaba , tomaba un poema y leía en voz alta. Luego pasaba el sobre a alguno o alguna. Entonces pasaba de mano en mano, y cada quien escogía uno. A veces buscaban el que había leído en voz alta. A veces se recomendaban otro. Se nos hizo costumbre. Si me olvidaba, me lo recordaban.
En la escuela a veces la poesía resulta algo esquivo (o que se esquiva), quizás algo que no encaja (más en clase de biología). Para mí leer un poema en voz alta, dejarlo caer, provocar el silencio para que tenga un hueco, encaja perfectamente en el espacio del aula. Recurro a ella frecuentemente.
Dice María Cristina Ramos (una maestra en esto de compartir poesía)
"Hay que insistir, insistimos. Leyendo como quien hace llover, para disfrutar, para poner en movimiento la interioridad de todos, para activarnos internamente. No es inactividad la de quienes escuchan un texto poético. No es necesario pararse en las puertas de salida del texto para auscultar la adecuada o inadecuada comprensión lectora, que para eso podemos contar con los textos expositivos. "(1)
Comencé a hacerlo también en las aulas de la facultad, dónde daba clases de biología para estudiantes del CBC de la UBA. Fue el día del estudiante que acá se festeja el 21 de Septiembre (eso hizo que me regalaran un abrazo, eso que en las aulas de la facultad con la formalidad y las multitudes, no suele ser común) y lo fui repitiendo en la comisión de la noche, los viernes al despedirnos, y en la comisión de la mañana cada tanto.
Al mostrarlo en las redes sociales, hubo un contagio. Alguna gente lo replicó en su clase de idioma, otra en una escuela primaria, otro en un consultorio. ¿Por qué no llevar la poesía y repartirla a cualquiera? No se necesita mucho, un sobre, un surtido de poemas, y ofrecerlos.
Les aseguro que la poesía produce acostumbramiento.
Escogía poemas variados (en general cortos por una cuestión de practicidad, así me entraban varios en una hoja A4), de autores que sabía podían gustarles. Jairo Aníbal Niño, Mario Benedetti, Laura Devetach, Gustavo Roldán, Eduardo Abel Gimenez, y más. Igual es cuestión de probar e ir variando , cada semana había poemas nuevos. Y ellas y ellos esperaban y se los recomendaban.
A veces la poesía excedía la paredes del aula . Un día P. un alumno de los "rebeldes" me dijo que le había leído este poema a su padre y que le había gustado...
Cuando descubrí que las guardaban en la funda del celular, en los bolsillos de la mochila....
..les repartí sobrecitos para pegar en el cuaderno de aula, y guardar los poemas. (abajo estamos en plena actividad)
A fin de año siempre alguno o alguna mencionaba las poesías como algo que recordaba con gusto. Y aún años después, cuando nos volvíamos a encontrar en 4to.
Les invito a leer poesía, a repartir poesía en sus espacios , en sus lugares de trabajo.
Acá una pequeña ayuda para ello. Busqué algunas de las más compartida, y las emprolijé en un archivo para que puedan imprimirlas directamente en hojas A4. (prefería las de color, y con un gramaje un poco mayor). Otra idea es que estos mismos poemas los comparto en la plaza o en el barrio, pueden ver otras actividades que hice con ellos (y muchos más) acá los susurradores y acá pueden leer en Aquelarre lo que significa compartir poemas en la plaza:
Poemas de Jairo Aníbal Niño (les encantaron tanto a niñxs como a adolescentes)
Poesía para las infancias 1 (es solo un puñado de poemas , María Elena, limerick por supuesto para ir comenzando)
Y para jóvenes
Si me hubieran leído poemasdesde niña...nunca hubiera dejado de ser niña...
(Begoña Abad, en "Cómo aprender a volar". Papeles al Trasmoz.)
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