El pequeño gesto
La escena sucede
en 1976, el día más frío de este año. El 5 de julio, en la madrugada. Ellos
están en el patio de la penitenciaría, en el barrio de San Martín, en Córdoba.
Los han sacado de la celda, todos al patio, desnudos, piernas abiertas y brazos
y manos en alto. Uno junto a otro,
contra la pared, prohibido volver la pared, prohibido conocer quién es el
vecino de penuria. Los castigan en la noche helada, los amenazan; si bajan las
manos, los matan. De repente un tiro, n cuerpo que cae, una voz que dice: Uh,
lo maté.
Entre los muchos que están ahí, manos contra la pared, está quien me cuenta
esta historia. En algún momento siente que no puede ya controlar la mano, el
brazo; es la mano derecha que comienza a resbalársele, que no responde.
Entonces alguien, que está a su lado, ese alguien a quien no puede ver, en un
gesto mínimo y a la vez tan peligroso, corre apenas su mano. Pone en horquilla
los dedos y sujeta la mano del otro.
Así es como una de las personas que más quiero le debe su vida a un
desconocido, aquel del pequeño, casi imperceptible y a la vez inmenso gesto. Es
imposible agradecer a ese del que no se conoce el nombre, el rostro, su
destino; pero sí quizás se pueda uno llamar a devolverlo en otros.
¿Qué hacemos con nuestros actos, con nuestros gestos, con nuestras vidas?
Porque la vida está hecha de pequeñísimos gestos, de cada uno de nosotros,
personas comunes y corrientes. Entonces vienen a mí esas líneas de un poema de
Mary Oliver:
Y ahora, dime,
¿qué piensas hacer con tu única, salvaje, preciosa vida?
María Teresa Andruetto.
Extraño Oficio
Penguin Random House.
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