Leer la vida
Por Pato Pereyra
Ilustración de Alejandra Karageorgiu
Comencé a dar clases de biología en una escuela
secundaria de gestión pública, en la Ciudad de Buenos Aires, hace 6 años atrás.
Llevaba más de 20 años trabajando como docente
en la Universidad de Buenos Aires, cuando se me presentó la oportunidad de volver a un aula con
adolescentes. No fue fácil adaptarme, transcurridas las primeras semanas, pensé
que lo mejor sería abandonar. No lo hice, primero porque
no me gusta darme por vencida, y segundo porque en algún momento, sentí que
empezábamos a disfrutarlo.
En mi tarea cotidiana, explicar un
tema, es lo más fácil. Lo que es verdaderamente difícil es conseguir la
atención y el silencio. Tener en promedio 27 estudiantes, de edades comprendidas entre los 13 y 18 años,
se transforma en una experiencia similar a intentar contener una cascada extendiendo
una mano. Habrá algo que se nos desborda,
que se nos escurre, que no podemos detener. Así que para estar
en este espacio, tuve que desaprenderme y empezar de nuevo. Otra vez la lectura,
acudió en mi auxilio.
Leer y escribir son dos componentes de
todas mis clases. Sin embargo, al comenzar en esa escuela, pensé que no debía
restringirme a los libros de texto, o los artículos y libros de de divulgación científica
que solía utilizar, pensé que compartiéramos literatura. ¿Por qué leer
literatura?. Andruetto (2015) en “La lectura otra revolución” nos dice:
…la literatura nos
propone inquietud, insatisfacción, intemperie. Como sabemos, no es suyo lo
general sino el territorio de lo particular. No está en ella la palabra
infalible, ni la palabra uniforme que suprime la indecisión y la duda; muy por
el contrario, en su mundo viven la duda, las indecisiones, las dificultades de
comprensión, que son todas estrategias necesarias para pensar por nosotros
mismos, cosa siempre tan difícil. En fin, que la literatura no nos lleva a la
simplificación de la vida sino a su complejización, sorteando el pensamiento
global, uniforme, para ir en busca de la construcción y el pensamiento propio.
(p 84)
Aunque al principio buscaba textos que
tuvieran relación con el tema que iba a dar, como por ejemplo “Wangari, y los
árboles de la paz”, al explicar fotosíntesis, después me di cuenta que no era necesario
justificar mis lecturas. Que no debía haber plantas o animales en una historia
para seleccionarla. Me fui desapegando de la función instrumental, y escogiendo
las historias que disfrutaba. Mi intención era que manifestarán su interés en los
temas que explicaba, y también que me pidieran más lecturas.
Un aula de secundaria está en continuo
movimiento. Un rumor que no se apaga, del mismo modo como los adolescentes, no
logran apagar la tecnología que tienen siempre a mano. Son escasas las
ocasiones en que podemos aquietarnos, y estar en silencio. En ese ámbito la lectura de un cuento impone una ruptura.
Intentaba “convocar el silencio”. No el que surge por imposición, sino por la
voluntad de escuchar. En la enseñanza universitaria el silencio me acompaña diario. Bastaba que me
parara en el frente del aula, tiza en mano, para que se pusiera a mi lado. En
cambio en la escuela secundaria, el silencio se mantenía oculto, agazapado tras
la puerta, temeroso de entrar. Jorge Larrosa (2019) dice: “…el silencio, a veces, es espera y paciencia, no opuesto a la
palabra, sino el lugar donde la palabra germina.” Tan necesario ese
silencio, y tan necesario germinar las palabras como aprender a
escuchar/escucharnos. Es en parte lo que
debemos educar, como dice Cecilia Bajour (2014)
“La escucha es ante todo una
práctica que se aprende, que se construye, que se conquista, que lleva tiempo.
No es un don ni un talento o una técnica que se resumiría en seguir unos
procedimientos para escuchar con eficacia.”
No es necesaria la inmovilidad, pero sí entrar
en un tiempo otro. Lo cual se hace imposible cuando estamos a última hora de la
tarde de un viernes, y mis estudiantes, esperan ansiosamente el timbre de
salida con su cabalgadura de mochilas al hombro.
Comencé con la Lectura
en voz alta (LVA). Una estrategia utilizada por muchos, que la
Fundación Mempo Giardinelli ha comprobado es una herramienta fundamental en la
Pedagogía de la lectura. Algunos profesores de literatura les leían (y quizás algunos
de otras asignaturas), pero no con frecuencia, y menos a los cursos de 4to y
5to (“para no facilitarles la lectura, dado que ya son grandes”). Para mí leerles,
aparte del placer de compartir, era la
única posibilidad de que algunos estudiantes, abrieran un libro. Esos 15
minutos finales, cuando el cuerpo ya no quiere permanecer sentado, o esos minutos
iniciales, en los cuales el cuerpo busca acomodarse, en mi clase se leía.
Escogía cuentos cortos, o los primeros
capítulos de alguna novela. A veces les preguntaba que estaban leyendo en otras
clases, para seguir el recorrido de un autor .La diversidad como premisa. Cuentos
de Roald Dahl, Saki o Julio Cortázar. Pero también “Deme otro” de Luis María
Pescetti, o el infaltable “Silencio niños” de Ema Wolf, cuentos que están en
colecciones infantiles pero que sin embargo sé que les encantan, que llaman a
la risa, que les generan preguntas. Un
año, “No” de Marta Altés, (2015), un
libro álbum, fue una de las lecturas preferidas. Leer “Un jardín” (Ferrada y
Ferrer, 2016), un poema ilustrado en un libro en formato acordeón, los asombró
y sensibilizó. Utilizaba el calendario escolar a mi favor, buscando que los
libros me acompañaran en distintos momentos del año. Esos días en que teníamos
actos y las clases se interrumpían, los destinaba a leer. El 24 de marzo, “El día de la memoria” en Argentina, leíamos
los primeros capítulos de “El mar y la serpiente” de Paula Bombara, y lo
enlazábamos con “Niños”, ese terrible y bello libro de María José Ferrada, o
con “La composición” de Antonio Skármeta.
Era la voz del libro, de los personajes,
del autor, en el aula, y el silencio. La actitud corporal de abandono, de dejar
la mochila a un costado y recostarse en el banco. Las buenas costumbres se
establecen en la clase con mucha rapidez (las malas también), así que
después de un par de semanas, si no les
leía, antes de terminar la hora diría “¿hoy
no nos va a leer algo profe?”. A veces entraba a propósito con el libro en
la mano, para que me preguntaran, para que se creara la ansiedad por la
lectura.
Cuando se callaba el cuento, el aire se tornaba
más liviano, la inquietud se aplacaba. Hubo algunos momentos en que nos
sorprendió el timbre del recreo, o el de salida, en plena lectura. Y nadie se
movió. Cuando había tiempo, hablábamos de lo leído. Algunos cuentos los ponían
a conversar entre ellos. Si alguno no había entendido algo, lo preguntaba, si
había tiempo nos sentábamos en círculo y lo compartíamos. Como dice Cecilia
Bajour (2014) “Hablar de los textos es
volver a leerlos”. Si alguien se animaba a leer (si había un/una valiente),
lo escuchábamos.
Al terminar la lectura, me pedían que les
prestara lo que estaba leyendo, o me decían “profe quise comprar el libro que
nos leyó”. Algunas veces comentaba como al pasar, que el libro estaba disponible
en la biblioteca. Pero también era cierto, que la biblioteca escolar no era un
lugar amigable (los libros permanecen encerrados en vitrinas, con la
consiguiente dificultad para escoger), y que la sala de lectura (un espacio
formado y sostenido por algunas profesoras de lengua, con libros donados y
otros comprados, con almohadones y alejado del ruido) permanecía cerrada y solo
se abría cuando alguna docente llegaba con su curso. Así que pensé una manera para que los libros
estuvieran disponibles y circulando en los espacios dentro y fuera del aula. En
julio de 2018 empecé a armar Bibliotecas
de libros libres. “A los libros se llega
como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano,
sino simplemente porque nos salen al paso. “ (Gustavo Martín Garzo, citado por
Pedro Cerrillo, 2016, p39). Buscaba salir al encuentro de los lectores. Con libros
propios y algunos donados, armé tres cajas bibliotecas. Una en el primer piso,
otra en la entrada del colegio, y la tercera en la sala de profesores.
Cualquiera podía pasar y
llevarse un libro. O dejar alguno nuevo.


Entre los libros que llevaba al aula, había
muchos álbum ilustrados. A medida que incorporábamos la ESI (Educación Sexual
Integral) en nuestras planificaciones,
estos libros abrían puertas, tendían puentes a temas que podíamos
conversar (la diversidad, la orientación
sexual, los estereotipos, los mandatos, la violencia en las relaciones, la
aceptación). Hicimos un primer taller con libros álbum en una jornada
escolar junto a una de las profesoras de lengua y la experiencia resultó
provechosa. Esos libros que en un principio pensaron que eran para “niños”, los
entusiasmaron. Son libros que nos
invitan a completar el sentido, que callan algunas cosas y dejan al lector
completar a su antojo.
Con los estudiantes más grandes, de 4to y
5to año, las dificultades en el aula eran cada vez mayores. No les interesaba
ninguna actividad. Habían tenido frecuentes problemas en respetarse entre ellos,
y a otros. Otra vez la ausencia de
escucha, la necesidad de silencio.

Los invité a salir del espacio del aula y
acudimos a la Sala de Lectura. Se sentaron en ronda, y tuvieron que mirarse (en
el aula se daban la espalda o se ocultaban en un rincón) y les presenté un mantel con álbum ilustrados de variados
autores para que se sirvieran. La
consigna era escoger uno, y leerlo, para después contárselo al resto del grupo.
Su primera reacción fue reírse y decirme que eran libros para niños. Tomé
algunos, se los presenté, y luego los dejé. La mayoría se animó, y a los que no
los fui acompañando en su recorrido con recomendaciones. Al cabo de un rato, alguno se dio cuenta que
estaban por primera vez en silencio, leyendo. Empezaron a recomendarse
lecturas, y a pasarse los libros “tenés que leer este”, se decían. Por primera
vez el final de las dos horas, el timbre
del recreo nos encontró en pleno hacer. Anotaron el nombre del libro elegido y
lo que les significaba en unas pocas palabras: “bullying”, “amor”, aceptación
de uno mismo”. Uno de mis alumnos, que nunca participaba en clase, al
despedirse me dice entre risas, “profe leí en este rato más que en todo el año”
(todos habían leído entre 3 y 4 libros al menos).
Con los cursos de 2do año, en la sala de
lectura, leímos “Las muñecas son para las niñas” (Flamant y Engleben, 2013), y
dedicamos un tiempo a la conversación. El libro nos habla de los estereotipos. Surgieron
algunas malas experiencias (“no me
dejaban hacer básquet porque no es un
deporte de chicas”, “cuando era chico me quise disfrazar de mariquita y no me
dejaron”), pero también experiencias positivas (“cuando era chico iba a todos
lados con una barbie¨, ¨mi hermanita juega al futbol”). Toda esa sesión fue muy
movilizante porque era un curso en donde dos chicos estaban haciendo su
transición de género. Como dice
Aidan Chambers (2010) “…no
sabemos lo que pensamos hasta que nos oímos discutiéndolo…Existe una
correlación entre la riqueza del ambiente de lectura en el que viven los
lectores y la riqueza de una conversación sobre lo que han leído.”. Justamente
es de la riqueza de las conversaciones que se construye la intimidad de un
aula, y el pensamiento crítico.
La intervención poética como
estrategia. Al
comienzo de mi segundo año en el colegio, junto a una profesora de matemática, realizamos
una encuesta acerca de los hábitos lectores de los alumnos y alumnas del
Liceo. La poesía fue de los géneros
menos escogidos en las encuestas de lectura. ¿Por qué insistir con la poesía? En palabras de María Cristina Ramos (2013,
p44) “La poesía debe circular en la
escuela, entre otras razones, porque desafía el pensamiento, porque convoca a
una mirada lúcida y singular sobre el mundo, a una calificada mirada que
encuentra un más allá de sentidos fecundos.” Leímos algunos poemas en clase: de Laura Devetach,
Gustavo Roldán, Eduardo Abel Giménez, María José Ferrada, Mar Benegas y tantos
otros poetas. Algunos como “Un terrorista, él observa” de Wislawa Szymborska, los llevó interpelarse sobre sus ideas previas
sobre la poesía. Es un poema narrativo, que relata los momentos previos al
estallido de una bomba. Varios de los poemas de Wislawa, los interpelaron.
(Wislawa, 2014). Otras acciones poéticas fueron:
·
Susurros
en la escuela: Una intervención con susurradores, en ocasión
de una Jornada dedicada al Arte y la Palabra en la escuela en 2018. Los alumnos
y alumnas de segundo año seleccionaron sus poemas favoritos, y unos 5 estudiantes, susurraron poemas a los
integrantes de la comunidad escolar.
·
Taller
de poesía e imagen: En ocasión de la Jornada de Arte de 2018,
propusimos un taller de escritura poética. Los disparadores fueron por un lado
otros poemas impresos, pero también las fotografías que sacaron los mismos
alumnos como parte del #proyectomirarelmundo, un proyecto que compartimos en
Instagram. Ese mismo año, junto a la profesora de Lengua, Marina Beresñak, los segundos años tuvieron la
experiencia de un taller, en donde leímos y compartimos poesía.
·
Poesía
para llevar
: En 2019 hubo cambios en el sistema escolar,
en CABA, debido a la “Secundaria del
Futuro”. Se redujo la carga horaria de
mi materia, y pasamos de trimestres a bimestres. No quedó tiempo para la
lectura, y la fui discontinuando. En un
intento por mantener el espacio poético, y aumentar la circulación de la
palabra, inicié los viernes de “poesía para llevar”. Un sobre con poemas
escogidos, impresos en cartulinas, que podían elegir. A veces les leía un poema
antes de despedirlos hacia el fin de semana. Se nos volvió costumbre y empezaron
a coleccionar los poemas, y a regalarlos. Continuando con este intercambio de
poemas, en nuestro stand en la Feria de Ciencias, regalamos haikus y semillas.·
Si
tuviera que escribirte…una
carta. El libro “Si tuviera que escribirte” reúne los poemas de Alejandra
Correa y la ilustración de Cecilia Alfonso Esteves. Es un intercambio epistolar
en modo poético. A partir de su lectura les propuse recibir cartas por correo. A los que decían que sí, les escribí una carta personal, y se las
envié. Luego hicimos un buzón para el aula, en donde empezamos a intercambiar cartas.

Algunas conclusiones: Hay
una pequeña trinchera desde donde me parapeto contra el mundo. El espacio del aula. Y ese espacio
tiene ramificaciones que se despliegan hacia lugares impensados. Considero que
mis estudiantes no tienen que optar por la ciencia o por el arte. Ambos son
parte de nuestra vida. No estoy segura de que algunos de mis alumnos y alumnas,
se hayan convertido en lectores, después de todas estas experiencias, (tampoco
estoy segura de que hayan aprendido genética). Quizás algo los haya tocado. Recuerdo que P. me recibió un lunes en el aula diciéndome que
el poema que se llevó le pareció buenísimo, y que se lo había compartido a su
papá. También que la mamá de J.se acercó para contarme cómo lo había conmovido
a su hijo la lectura de “El mar y la serpiente”. O de cómo “mi alumna con
nombre de ave” como solía nombrarla, esperaba cada viernes su poema, se quedaba
y lo leía sin prisa, cuando todos ya estaban
fuera del aula, luego lo guardaba para siempre en su cuaderno, y se iba.
Pienso en J. C, que ya egresó, y que hace un par de años en el patio del
colegio, al devolverme un libro de las Bibliotecas Libres, me dijo: “es el
primer libro que leo entero en el año”. Siempre un libro/ una lectura/ un poema
que nos llegue de manos amorosas, tendrá más chances de quedarse en nosotros. Sabemos
cómo decía Graciela Montes, que “la escuela es la gran ocasión”, y por eso
persistimos. Es el espacio en donde podemos democratizar las lecturas.
Pero las dificultades y las
incertidumbres están más presentes que nunca. Hacia adentro y hacia afuera de
las instituciones.
Elegimos estar en esas aulas. Elijo la
educación pública, para mí, para mis hijos. A pesar de los cambios. De que nos
digan que hacer, y no nos escuchen, que
nos acorten los tiempos (el tiempo de conversación, de estar), que pretendan
que la tecnología nos reemplace, que nos exijan más y nos paguen menos. A pesar de esto, que
disfrazan de Secundaria del Futuro, y debería quedar en el pasado. A pesar
de todo, hay una resistencia. Y quizás el inicio de una revolución. Una docente,
en el aula, con un libro, empezando a
leer.
Bibliografía
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Santiago de Chile. Chile. Grafito Editorial.
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11. Larrosa,
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