domingo, 26 de diciembre de 2021

Leyendo 2021 : El idioma materno

Este libro de Fabio Morábito fue publicado por Gog&Magog, en 2014

El autor nació en Alejandría, Egipto, de padres de origen italiano. Vive en México desde su adolescencia. Creo que esto explica muchas cosas que se hablan en el libro como la escritura, el lenguaje, el idioma. 

Este libro es de esos, muy deseados. Largo rato perseguidos.

No es una novela sino un libro de ensayos breves sobre distintos temas.

En dónde se explora, la literatura, la lectura, la poesía, la lengua, y también autores y libros.

Cuando lo terminé de leer, no corrí a reseñarlo porque me dejó una sensación de ambigüedad, hubo algunos en donde me perdí, y otros en dónde no me hallé.
Pero al volver al libro para reseñarlo, me dí cuenta de la cantidad de subrayados, de hojas dobladas, de marcas que necesité para terminarlo y me amigué con él. Más aún cuando encontré en el propio texto la respuesta

 " Un libro tiene derecho de aburrir al lector. Hay páginas soporíferas en "La montaña mágica" y es un gran libro."

Entendí que de tanto acumular deseo mis expectativas eran que no me defraudara, leerlo de un tirón, y no pasó así. Pero no porque fuera un mal libro, sino porque habla de muchas cosas y hay cosas que no me hablan a mí, como otros libros o autores que aún no conozco. Y me dí cuenta que tampoco me defraudó, y la prueba es que comparto subrayados de él, para que  los tengan:

"...la poesía es huidiza y engañosa: no concede nada, no promete nada"

"Todo libro rompe un cerco, pero a su vez nace de él, de una voz que ha sido capaz de volverse un cerco de voces, un murmullo junto al fuego"

"...la poesía es como un hombre en una cueva oscura, que antes de dar el siguiente paso debe afianzar ambos pies y encomendarse a Dios."

"Esto habría que decirles a los alumnos: que nunca se termina de escribir lo que uno escribe porque el mundo apurado nos lo arranca de la mano y sin ese apuro no habría estilo ni casi razón para escribir. Y decirles también que más allá de estilos y de géneros, de temas y argumentos, quien escribe, escribe siempre y tan solo un justificante"

El ensayo que da nombre dice:

"Porque todo escritor, bien visto, se hace escritor gracias a esa traición, se aparta de la lengua madre para adoptar la lengua que no es la propia , una lengua extranjera, una lengua sin lágrimas. Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque sólo dejando de llorar se puede escribir."


Estupenda tarea de esta editorial argentina Gog&Magog, que hace que me enamore de cada libro que leo. Del mismo autor han publicado también "El lector a domicilio", y "También Berlín se olvida"



Les dejo una de sus páginas.

"Escribir sin levantar la cabeza"

        Tuve un maestro que nos leía cuentos mientras paseaba por el salón de clase. Sostenía el libro abierto en la mano derecha y guardaba la izquierda en el bolsillo del pantalón, que sacaba para dar vuelta la hoja y, aprovechando el gesto, propinaba un coscorrón a los que hablaban o miraban por la ventana. Si la falta era más grave interrumpía la lec
tura, cambiaba el libro de mano y asestaba con la derecha un golpe tremendo en la cabeza del desgraciado de turno. Lo veo todavía en su eterno traje gris, gastado de tanto uso, caminando entre los pupitres. Su manera de sujetar el volumen abierto con una mano, ocultando la otra en el bolsillo del pantalón, me hizo entender a carta cabal qué es un libro. La mano golpeadora, oculta en el bolsillo, era la misma con al que daba vuelta a las páginas con suma delicadeza. Ese hombre cuya autoridad sobre nosotros era inmensa, con un libro en la mano sufría una metamorfosis y un ablandamiento que llegaban a cambiarle los gestos y la voz. Con ello, se nos hacía palpable el ascendente que un libro, ese objeto relativamente sencillo, puede tener sobre una persona. No nos cautivaba tanto el relato como la transformación del maestro. Pero nadie podía considerarse a salvo y cuando sacaba la mano del bolsillo para dar vuelta a la hoja, volvíamos a temblar. La mano aguardaba unos segundos, lista a descargar el golpe sobre algún desprevenido. Esa pausa, muy breve si el cuento tenía atrapado a nuestro verdugo, se alargaba peligrosamente si la historia resultaba floja. En cierto modo eso representó una lección duradera de bien escribir, porque no me cabe la menor duda de que un buen cuento y a veces tan sólo una buena línea nos ahorraron unos certeros golpes en la nuca y en el cráneo. Habría que escribir siempre así: bajo una constante amenaza física en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase. Pero hoy desgraciadamente en la mayoría de los talleres literarios se enseña a escribir sin miedo y con la frente en alto.




domingo, 3 de octubre de 2021

Leer la vida. (Ponencia en el VII Simposio LIJ del Mercosur)

Leer la vida


                                    Por Pato Pereyra




Ilustración  de Alejandra Karageorgiu

    Comencé a dar clases de biología en una escuela secundaria de gestión pública, en la Ciudad de Buenos Aires, hace 6 años atrás. Llevaba más de 20 años trabajando como docente  en la Universidad de Buenos Aires, cuando se me presentó la  oportunidad de volver a un aula con adolescentes. No fue fácil adaptarme, transcurridas las primeras semanas, pensé que lo mejor sería abandonar. No lo hice, primero porque no me gusta darme por vencida, y segundo porque en algún momento, sentí que empezábamos a disfrutarlo. 

 

          En mi tarea cotidiana, explicar un tema, es lo más fácil. Lo que es verdaderamente difícil es conseguir la atención y el silencio. Tener en promedio 27  estudiantes,  de edades comprendidas entre los 13 y 18 años, se transforma en una experiencia similar a intentar contener una cascada extendiendo una mano. Habrá algo que se nos desborda,  que se nos escurre, que no podemos detener. Así que para estar en este espacio, tuve que desaprenderme y empezar de nuevo. Otra vez la lectura, acudió en mi auxilio.

 

     Leer y escribir son dos componentes de todas mis clases.  Sin embargo,  al comenzar en esa escuela, pensé que no debía restringirme a los libros de texto, o los artículos y libros de de divulgación científica que solía utilizar, pensé que compartiéramos literatura. ¿Por qué leer literatura?.  Andruetto (2015) en  “La lectura otra revolución” nos dice:

 

…la literatura nos propone inquietud, insatisfacción, intemperie. Como sabemos, no es suyo lo general sino el territorio de lo particular. No está en ella la palabra infalible, ni la palabra uniforme que suprime la indecisión y la duda; muy por el contrario, en su mundo viven la duda, las indecisiones, las dificultades de comprensión, que son todas estrategias necesarias para pensar por nosotros mismos, cosa siempre tan difícil. En fin, que la literatura no nos lleva a la simplificación de la vida sino a su complejización, sorteando el pensamiento global, uniforme, para ir en busca de la construcción y el pensamiento propio. (p 84)

   

     Aunque al principio buscaba textos que tuvieran relación con el tema que iba a dar, como por ejemplo “Wangari, y los árboles de la paz”, al explicar fotosíntesis,  después me di cuenta que no era necesario justificar mis lecturas. Que no debía haber plantas o animales en una historia para seleccionarla. Me fui desapegando de la función instrumental, y escogiendo las historias que disfrutaba. Mi intención era que manifestarán su interés en los temas que explicaba, y también que me pidieran más lecturas. 

 

     Un aula de secundaria está en continuo movimiento. Un rumor que no se apaga, del mismo modo como los adolescentes, no logran apagar la tecnología que tienen siempre a mano. Son escasas las ocasiones en que podemos aquietarnos, y estar en silencio. En ese ámbito  la lectura de un cuento impone una ruptura.

 

     Intentaba “convocar el silencio”. No el que surge por imposición, sino por la voluntad de escuchar. En la enseñanza universitaria  el silencio me acompaña diario. Bastaba que me parara en el frente del aula, tiza en mano, para que se pusiera a mi lado. En cambio en la escuela secundaria, el silencio se mantenía oculto, agazapado tras la puerta, temeroso de entrar.   Jorge Larrosa (2019) dice: “…el silencio, a veces, es espera y paciencia, no opuesto a la palabra, sino el lugar donde la palabra germina.” Tan necesario ese silencio, y tan necesario germinar las palabras como aprender a escuchar/escucharnos.  Es en parte lo que debemos educar, como dice Cecilia Bajour (2014)  La escucha es ante todo una práctica que se aprende, que se construye, que se conquista, que lleva tiempo. No es un don ni un talento o una técnica que se resumiría en seguir unos procedimientos para escuchar con eficacia.”

 

     No es necesaria la inmovilidad, pero sí entrar en un tiempo otro. Lo cual se hace imposible cuando estamos a última hora de la tarde de un viernes, y mis estudiantes, esperan ansiosamente el timbre de salida con su cabalgadura de mochilas al hombro.

 

     Comencé con la Lectura en voz alta (LVA). Una estrategia utilizada por muchos, que la Fundación Mempo Giardinelli ha comprobado es una herramienta fundamental en la Pedagogía de la lectura. Algunos profesores de literatura les leían (y quizás algunos de otras asignaturas), pero no con frecuencia, y menos a los cursos de 4to y 5to (“para no facilitarles la lectura, dado que ya son grandes”). Para mí leerles, aparte del placer de compartir,  era la única posibilidad de que algunos estudiantes, abrieran un libro. Esos 15 minutos finales, cuando el cuerpo ya no quiere permanecer sentado, o esos minutos iniciales, en los cuales el cuerpo busca acomodarse, en mi clase se leía.

 

     Escogía cuentos cortos, o los primeros capítulos de alguna novela. A veces les preguntaba que estaban leyendo en otras clases, para seguir el recorrido de un autor .La diversidad como premisa. Cuentos de Roald Dahl, Saki o Julio Cortázar. Pero también “Deme otro” de Luis María Pescetti, o el infaltable “Silencio niños” de Ema Wolf, cuentos que están en colecciones infantiles pero que sin embargo sé que les encantan, que llaman a la risa, que les generan preguntas.  Un año,  “No” de Marta Altés, (2015), un libro álbum, fue una de las lecturas preferidas. Leer “Un jardín” (Ferrada y Ferrer, 2016), un poema ilustrado en un libro en formato acordeón, los asombró y sensibilizó. Utilizaba el calendario escolar a mi favor, buscando que los libros me acompañaran en distintos momentos del año. Esos días en que teníamos actos y las clases se interrumpían, los destinaba a leer. El 24 de marzo,  “El día de la memoria” en Argentina, leíamos los primeros capítulos de “El mar y la serpiente” de Paula Bombara, y lo enlazábamos con “Niños”, ese terrible y bello libro de María José Ferrada, o con “La composición” de Antonio Skármeta.

 

     Era la voz del libro, de los personajes, del autor, en el aula, y el silencio. La actitud corporal de abandono, de dejar la mochila a un costado y recostarse en el banco. Las buenas costumbres se establecen en la clase con mucha rapidez (las malas también), así que después  de un par de semanas, si no les leía, antes de terminar la hora diría “¿hoy no nos va a leer algo profe?”. A veces entraba a propósito con el libro en la mano, para que me preguntaran, para que se creara la ansiedad por la lectura.

 

     Cuando se callaba el cuento, el aire se tornaba más liviano, la inquietud se aplacaba. Hubo algunos momentos en que nos sorprendió el timbre del recreo, o el de salida, en plena lectura. Y nadie se movió. Cuando había tiempo, hablábamos de lo leído. Algunos cuentos los ponían a conversar entre ellos. Si alguno no había entendido algo, lo preguntaba, si había tiempo nos sentábamos en círculo y lo compartíamos. Como dice Cecilia Bajour (2014) “Hablar de los textos es volver a leerlos”. Si alguien se animaba a leer (si había un/una valiente), lo escuchábamos.

 

     Al terminar la lectura, me pedían que les prestara lo que estaba leyendo, o me decían “profe quise comprar el libro que nos leyó”. Algunas veces comentaba como al pasar, que el libro estaba disponible en la biblioteca. Pero también era cierto, que la biblioteca escolar no era un lugar amigable (los libros permanecen encerrados en vitrinas, con la consiguiente dificultad para escoger), y que la sala de lectura (un espacio formado y sostenido por algunas profesoras de lengua, con libros donados y otros comprados, con almohadones y alejado del ruido) permanecía cerrada y solo se abría cuando alguna docente llegaba con su curso.  Así que pensé una manera para que los libros estuvieran disponibles y circulando en los espacios dentro y fuera del aula. En julio de  2018 empecé a armar Bibliotecas de libros libres. “A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. “ (Gustavo Martín Garzo, citado por Pedro Cerrillo, 2016, p39). Buscaba  salir al encuentro de los lectores. Con libros propios y algunos donados, armé tres cajas bibliotecas. Una en el primer piso, otra en la entrada del colegio, y la tercera en la sala de profesores. Cualquiera podía pasar y llevarse un libro. O dejar alguno nuevo.


 


     Entre los libros que llevaba al aula, había muchos álbum ilustrados. A medida que incorporábamos la ESI (Educación Sexual Integral) en nuestras planificaciones,  estos libros abrían puertas, tendían puentes a temas que podíamos conversar  (la diversidad, la orientación sexual, los estereotipos, los mandatos, la violencia en las relaciones, la aceptación). Hicimos un primer taller con libros álbum en una jornada escolar junto a una de las profesoras de lengua y la experiencia resultó provechosa. Esos libros que en un principio pensaron que eran para “niños”, los entusiasmaron.  Son libros que nos invitan a completar el sentido, que callan algunas cosas y dejan al lector completar a su antojo.

 

     Con los estudiantes más grandes, de 4to y 5to año, las dificultades en el aula eran cada vez mayores. No les interesaba ninguna actividad. Habían tenido frecuentes problemas en respetarse entre ellos, y a otros.  Otra vez la ausencia de escucha,  la necesidad de silencio.

 


     Los invité a salir del espacio del aula y acudimos a la Sala de Lectura. Se sentaron en ronda, y tuvieron que mirarse (en el aula se daban la espalda o se ocultaban en un rincón) y les presenté  un mantel con álbum ilustrados de variados autores para que se sirvieran.  La consigna era escoger uno, y leerlo, para después contárselo al resto del grupo. Su primera reacción fue reírse y decirme que eran libros para niños. Tomé algunos, se los presenté, y luego los dejé. La mayoría se animó, y a los que no los fui acompañando en su recorrido con recomendaciones.  Al cabo de un rato, alguno se dio cuenta que estaban por primera vez en silencio, leyendo. Empezaron a recomendarse lecturas, y a pasarse los libros “tenés que leer este”, se decían. Por primera vez el final de las dos horas,  el timbre del recreo nos encontró en pleno hacer. Anotaron el nombre del libro elegido y lo que les significaba en unas pocas palabras: “bullying”, “amor”, aceptación de uno mismo”. Uno de mis alumnos, que nunca participaba en clase, al despedirse me dice entre risas, “profe leí en este rato más que en todo el año” (todos habían leído entre 3 y 4 libros al menos).


     Con los cursos de 2do año, en la sala de lectura, leímos “Las muñecas son para las niñas” (Flamant y Engleben, 2013), y dedicamos un tiempo a la conversación. El libro nos habla de los estereotipos. Surgieron algunas malas experiencias  (“no me dejaban hacer básquet  porque no es un deporte de chicas”, “cuando era chico me quise disfrazar de mariquita y no me dejaron”), pero también experiencias positivas (“cuando era chico iba a todos lados con una barbie¨, ¨mi hermanita juega al futbol”). Toda esa sesión fue muy movilizante porque era un curso en donde dos chicos estaban haciendo su transición de género. Como dice  Aidan Chambers  (2010)  …no sabemos lo que pensamos hasta que nos oímos discutiéndolo…Existe una correlación entre la riqueza del ambiente de lectura en el que viven los lectores y la riqueza de una conversación sobre lo que han leído.”. Justamente es de la riqueza de las conversaciones que se construye la intimidad de un aula, y el pensamiento crítico.

 

     La intervención poética como estrategia.  Al comienzo de mi segundo año en el colegio, junto a una profesora de matemática, realizamos una encuesta acerca de los hábitos lectores de los alumnos y alumnas del Liceo.  La poesía fue de los géneros menos escogidos en las encuestas de lectura. ¿Por qué insistir con la poesía?  En palabras de María Cristina Ramos (2013, p44) “La poesía debe circular en la escuela, entre otras razones, porque desafía el pensamiento, porque convoca a una mirada lúcida y singular sobre el mundo, a una calificada mirada que encuentra un más allá de sentidos fecundos.” Leímos  algunos poemas en clase: de Laura Devetach, Gustavo Roldán, Eduardo Abel Giménez, María José Ferrada, Mar Benegas y tantos otros poetas. Algunos como “Un terrorista, él observa” de Wislawa Szymborska,  los llevó interpelarse sobre sus ideas previas sobre la poesía. Es un poema narrativo, que relata los momentos previos al estallido de una bomba. Varios de los poemas de Wislawa, los interpelaron. (Wislawa, 2014). Otras acciones poéticas fueron:

·         Susurros en la escuela: Una intervención con susurradores, en ocasión de una Jornada dedicada al Arte y la Palabra en la escuela en 2018. Los alumnos y alumnas de segundo año seleccionaron sus poemas favoritos,  y unos 5 estudiantes, susurraron poemas a los integrantes de la comunidad escolar.

·         Taller de poesía e imagen: En ocasión de la Jornada de Arte de 2018, propusimos un taller de escritura poética. Los disparadores fueron por un lado otros poemas impresos, pero también las fotografías que sacaron los mismos alumnos como parte del #proyectomirarelmundo, un proyecto que compartimos en Instagram. Ese mismo año, junto a la profesora de Lengua,  Marina Beresñak, los segundos años tuvieron la experiencia de un taller, en donde leímos y compartimos poesía.

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                        Poesía para llevar


: En 2019 hubo cambios en el sistema escolar, en CABA,  debido a la “Secundaria del Futuro”.  Se redujo la carga horaria de mi materia, y pasamos de trimestres a bimestres. No quedó tiempo para la lectura, y la fui discontinuando.  En un intento por mantener el espacio poético, y aumentar la circulación de la palabra, inicié los viernes de “poesía para llevar”. Un sobre con poemas escogidos, impresos en cartulinas, que podían elegir. A veces les leía un poema antes de despedirlos hacia el fin de semana. Se nos volvió costumbre y empezaron a coleccionar los poemas, y a regalarlos. Continuando con este intercambio de poemas, en nuestro stand en la Feria de Ciencias, regalamos haikus y semillas.


·         Si tuviera que escribirteuna carta. El libro “Si tuviera que escribirte” reúne los poemas de Alejandra Correa y la ilustración de Cecilia Alfonso Esteves. Es un intercambio epistolar en modo poético. A partir de su lectura les propuse recibir cartas por correo.  A los que decían que sí, les escribí una carta personal, y se las envié. Luego hicimos un buzón para el aula, en donde empezamos a intercambiar cartas.

 


     Algunas conclusiones: Hay una pequeña trinchera desde donde me parapeto contra  el mundo. El espacio del aula. Y ese espacio tiene ramificaciones que se despliegan hacia lugares impensados. Considero que mis estudiantes no tienen que optar por la ciencia o por el arte. Ambos son parte de nuestra vida. No estoy segura de que algunos de mis alumnos y alumnas, se hayan convertido en lectores, después de todas estas experiencias, (tampoco estoy segura de que hayan aprendido genética). Quizás algo los haya tocado.  Recuerdo que  P. me recibió un lunes en el aula diciéndome que el poema que se llevó le pareció buenísimo, y que se lo había compartido a su papá. También que la mamá de J.se acercó para contarme cómo lo había conmovido a su hijo la lectura de “El mar y la serpiente”. O de cómo “mi alumna con nombre de ave” como solía nombrarla, esperaba cada viernes su poema, se quedaba y lo leía sin prisa, cuando todos ya estaban  fuera del aula, luego lo guardaba para siempre en su cuaderno, y se iba. Pienso en J. C, que ya egresó, y que hace un par de años en el patio del colegio, al devolverme un libro de las Bibliotecas Libres, me dijo: “es el primer libro que leo entero en el año”. Siempre un libro/ una lectura/ un poema que nos llegue de manos amorosas, tendrá  más chances de quedarse en nosotros. Sabemos cómo decía Graciela Montes, que “la escuela es la gran ocasión”, y por eso persistimos. Es el espacio en donde podemos democratizar las lecturas. Pero  las dificultades y las incertidumbres están más presentes que nunca. Hacia adentro y hacia afuera de las instituciones.

 

    Elegimos estar en esas aulas. Elijo la educación pública, para mí, para mis hijos. A pesar de los cambios. De que nos digan que hacer, y no nos escuchen,  que nos acorten los tiempos (el tiempo de conversación, de estar), que pretendan que la tecnología nos reemplace, que nos exijan más y  nos paguen menos. A pesar de esto, que disfrazan de Secundaria del Futuro, y debería quedar en el pasado.   A pesar de todo, hay una resistencia. Y quizás el inicio de una revolución. Una docente,  en el aula, con un libro, empezando a leer.

 

Bibliografía

1.     Altés, Marta. (2015). ¡No!. Barcelona. España. Editorial Thule.

2.    Andruetto, María Teresa. (2015)   La lectura otra revolución. Colección Espacios para la Lectura. 1ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Fondo de Cultura Económica.

3.    Bajour, Cecilia. (2014). Oír entre línea: el valor de la escuela en las prácticas de lectura.  Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. El Hacedor.

4.    Bombara, Paula. (2005). El mar y la serpiente. Colección Zona Libre. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Norma Editorial.

5.    Cerrillo, Pedro (2013). El lector literario. Colección Espacios para la lectura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Fondo de Cultura Económica.

6.    Chambers, Aidan (2007). Dime. Colección Espacios para la lectura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Fondo de Cultura Económica.

7.    Correa, A y Esteves, C. (2017). Si tuviera que escribirte. Córdoba. Ediciones de la Terraza

8.    Ferrada, M J y Ferrer, I. (2016) Un jardín. Barcelona. España. A buen paso.

9.    Ferrada, M J y Quien J. (2013). Niños. Santiago de Chile. Chile. Grafito Editorial.

10. Flamant, L y Englebert, J.L. (2017). Las muñecas son para las niñas. Girona. España. Tramuntana Editorial.

11. Larrosa, Jorge (2019). Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio de profesor. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. NOVEDUC libros.

12. Pescetti, Luis. (2004). Nadie te creería. Buenos Aires. Aguilar. Altea. Taurus. Alfaguara.

13. Ramos, María Cristina. (2013) La casa del aire. Literatura en la escuela. Neuquén. Argentina. Editorial Ruedamares.

14. Skármeta, Antonio. (2000). La composición. Venezuela. Ekaré.

15. Wolf, Ema (2010). ¡Silencio, niños!. Bogotá. Colombia. Editorial Norma.

16. Winter, Jeanette. (2009). Wangari, y los árboles de la paz. Caracas. Venezuela. Ekaré.



sábado, 28 de agosto de 2021

Nacer a la lectura y más...Mercedes Calvo


"La lectura nunca fue un hábito para mí; los libros me “asaltaban” desde niña, en cualquier momento y lugar, y yo sucumbía a ellos"





(Antes de comenzar con la entrevista, quiero pedirle disculpas, a ella, y a tantos otros, por demorarme en volver a esta sección que tanto disfruto. Sinceramente me falta tiempo, pero  encontrarnos con gente querida y necesaria, conocer los detalles de ese "nacimiento lector", es una de las cosas que más me enriquece y por lo cual empecé este blog, así que seguiré intentándolo. Gracias por responderme las preguntas a Merce y a los demás que aguardan, y por estar ahí...)

Mercedes Calvo nació en Salto, Uruguay. Lectora de poesía desde muy niña, fue maestra durante muchos años. Como docente y capacitadora se interesó siempre en el desarrollo de un lenguaje y una percepción poéticos. Al jubilarse se dedicó a plasmar en el papel toda esa poesía que llevaba adentro, sobre todo poesía para niños

Así se presenta ella...

"Si uno es lo que come soy, antes que nada, el jugo de las naranjas de mi Salto natal, los caramelos de azúcar quemada que hacía mi madre, las sopas interminables -una cucharada para papá, otra para la abuela- donde flotaban, entre las verduras insípidas, los fideos de letras salvadores con los que escribí, en el borde del plato, mis primeros poemas. Si uno es lo que lee, navego con Guillén por el mar de las Antillas, galopo con Alberti, escribo los versos más tristes con Neruda, grito con Lorca que no quiero verla, transito la oscura soledad de Góngora. Voy y vuelvo siempre, con Cernuda, entre la realidad y el deseo. Pero si uno es lo que sueña –y en verdad es poca una oportunidad para las infinitas posibilidades del existir- sin duda estoy comenzando mi segunda vida donde, después de compartir los años escolares de muchas generaciones de niños, vuelvo a la infancia por el hilo misterioso de la escritura, buscando en ella la raíz oscura, pero siempre luminosa, de la poesía"
Mercedes es una gran educadora por el arte, una maestra que sabe escuchar, y además escribe para niños y jóvenes. 

Tuve la oportunidad de disfrutar de un taller de poesía con ella en 2017 en el FILBITA, lo que me dio, por un lado la oportunidad de conocerla, y por el otro la confirmación de que es una persona de una sensibilidad exquisita, de una humildad enorme, y de una generosidad con su conocimiento y con su experiencia que se disfruta muchísimo.




(acá una foto del Taller de poesía, de uno y de otro lado de la mesa gente imprescindible)

Entre sus libros publicados, me voy a detener en algunos con los que he detenido a conversar.

En primer lugar "Los espejos de Anaclara" con el que ganó el premio Hispanoamericano de poesía, y que fue su primer libro publicado por la Editorial Fondo de Cultura Económica 

Un libro ilustrado por Fernando Vilela, y que suele encantar a los chicos cuando lo comparto en talleres de poesía. Poemas que juegan al espejo, que dibujan formas de reloj de arena, que aparecen y se esconden, en páginas que nos obligan a detenernos, con colores que brillan. Un libro que no pasa desapercibido cuando lo ofrezco. El ilustrador Fernando Vilela es brasileño, y me acabo de enterar que fue seleccionado para la muestra 2019 de la Feria del Libro de Bologna (entre 2901 ilustradores se seleccionaron tan solo 76)




Me encuentro en mi cuarto
busco en el espejo
sé que estoy oculta
dentro de mi cuerpo

Miro por la puerta
de mi ojo izquierdo
y veo un camino 
que lleva muy lejos

Duerme en los relojes
prisionero el tiempo
Desfleca la noche
los dedos del viento

Cuando en la mañana
ría el limonero
me traerá mi madre
su cesta de besos

Yo no diré nada,
Guardaré el secreto
¡No sabrá que anduve
dentro del espejo!

También publicado por Fondo de Cultura Económica, un libro que disfruté, subrayé (y marqué de mil maneras diferente). Uno  al que me encanta volver:  "Tomar la palabra. La poesía en la escuela", de la estupenda colección Espacios para la Lectura



En el comienzo leemos...


"Abrir la puerta a la poesía como a una niña a la cual compartiremos juegos y risas, lejos de la preocupación por los contenidos a desarrollar, la organización del tiempo didáctico y las evaluaciones, pero sabedores de que nada será más profundamente formativo que su compañía ni hará posible crear mayores espacios de libertad en el aula"

Y continúa...


..."Puede haber poesía en un cuadro, en una danza, en un poema, pero también puede existir un poema sin poesía y, lamentablemente, en los textos que se trabajan en la escuela hay múltiples ejemplos"...

"La responsabilidad de la escuela es enorme. A ella le compete acercar la poesía no sólo a los niños de los medios marginales, excluidos, en cuyo hogar no encontrarán el ambiente propicio para desarrollarse, sino también a aquellos atosigados de tecnología e información, que corren de un curso a otro durante todo el día hasta caer rendidos frente al televisor"

En este libro nos cuenta su experiencia, y nos da herramientas. Hay mucho de su recorrido por las aulas. Nos pasa la antorcha para leer y escribir poesía. El "Tomar la palabra" que le da título al libro...

"La necesidad de escribir, de decir su palabra, es inherente al ser humano; la necesidad de leer debe crearse, construirse poco a poco. Por eso, partiendo de la necesidad de decir de cada uno podemos hacer posible que el alumno, especialmente cuando pertenece a un ambiente sociocultural marginado, pueda circular libremente por los múltiples espacios que constituyen los territorios de la lengua escirta, no solo leyendo textos sino también produciéndolos, comentándolos, analizándolos, en suma tomando la palabra. Y en esa toma de palabra, elegí la poesía"

Podría seguir...y seguir...solo les recomiendo que lo busquen, y encuentren las páginas que les hablan a ustedes...

Por último, este libro pequeño y repleto de color "En casa de Mariché" publicado por La gran Nilson (objeto que guarda un lugar especial en mi corazón). En primer lugar porque me llegó de la mano de Mercedes, un regalo inesperado, en aquella primera (y única) vez que nos vimos 

Un poemario cotidiano, puertas adentro. Que escribió Mercedes e ilustró María José, su hija. Por eso, es un libro amoroso en los detalles, que se lee como una invitación a jugar...





En el armario 
de Mariché
¡cuántos milagros
se pueden ver!
Los pantalones
tienen dos nidos
aunque alguien crea
que son bolsillos.
En el izquierdo,
abrigaditos,
hay tres botones
y un lapicito
Duerme un carozo
y un caramelo
endulza el borde
de algún pañuelo
A la derecha
¡no encuentro nada!
¿Habrá volado
ya la nidada?
...


¿Por qué se abren las ventanas

en casa de Mariché?
¿Por el viento?
¿Por las hadas?
Es un misterio
No sé.



Y ahora, los dejo con sus palabras.

¿Qué recuerdos tienes de tu inicio lector? ¿Qué libro, relato, historia de la infancia, recuerdas especialmente? 

El comienzo fueron los cuentos leídos por mi madre antes de dormir: En el país de Caracolandia vivía la señora Caracola con sus dos hijos, Poseían una hermosa casita que sostenía airosamente su mamá… Pero también me leía poemas; recuerdo claramente las Cuatro baladas amarillas, de García Lorca: En lo alto de aquel monte/un arbolito verde/Pastor que vas/pastor que vienes.

Cuando empecé a dar mis primeros pasos me interesaron otros libros: eran los treinta tomos de la Biblioteca de Obras Famosas que papá colocaba en fila en el piso para que yo jugara a los trencitos.

Cuando pude leer por mi cuenta mis padres me compraban, dentro de lo que permitía el menguado presupuesto familiar, cuentos adecuados a mi edad. Así leí Constancio Vigil, Monteiro Lobato, en fin, todo lo que circulaba en el medio en la década del 50. Pero además de los cuentos específicamente infantiles recuerdo libros desconcertantes: La vida de las hormigas, de Maeterlink, por ejemplo, libro que adoré y que aún conservo, regalo de Navidad cuando yo acababa de cumplir cinco años.

¿Quién o quiénes te acercaron los primeros libros o las primeras historias de tu niñez? ¿Cómo llegaste a ellas?

Además de los libros comprados especialmente para mí estaban los que yo elegía, con total libertad, en la biblioteca de casa o en la mejor provista aún de mis tíos. Y esos fueron los que me marcaron, los que me hicieron vibrar. No sé cuál sería mi criterio de elección entre aquellos libros de tantas páginas sin ilustraciones pero lo cierto es que Pío Baroja, Valle Inclán, Francoise Sagan, Colette, Simone de Beauvoir, Tolstoi y Chejov eran mis autores de cabecera.

Mi familia asistía divertida a esta selección y sólo intervenían cuando la luz en mi dormitorio tardaba mucho en apagarse por las noches. Pero siempre quedaba el recurso de la linterna bajo las sábanas.

Aunque hoy puedo recordar el argumento de los cuentos infantiles no guardo más que una difusa sensación de aquella literatura adulta que se me presenta, no obstante, como una experiencia mucho más intensa y removedora. "Zalacaín el aventurero", por ejemplo, es un libro que, aún sin tener clara la anécdota, despierta en mí el recuerdo de una sensación de libertad plena.

¿En qué lugar de tu infancia te recuerdas leyendo? Si tuvieras que describir una imagen de tus inicios lectores ¿cuál sería?

La imagen es clarísima: me veo en la mesa del comedor mirando fijamente esas marquitas negras donde sé que está la clave de la lectura. Tengo cuatro años y la sensación es de impotencia. Al fin, en un arranque, tiro el libro lejos, furiosa. Mi padre me llama: -A ver ¿cuál es el problema? Explico llorando que no sé cómo se hace para leer y que falta más de un año para poder ir a la escuela (en esa época el ciclo escolar comenzaba a los cinco años)

Mi padre recoge el libro y lo abre en una página. Allí una vaca come pasto (aún hoy la veo claramente y recuerdo la textura del papel, áspero y amarillento. Estoy casi segura que era ¡Upa! de Constancio Vigil)

-¿Qué dirá acá? pregunta él, señalando las palabras que acompañan la ilustración. La vaca come pasto, contesto. Y él: Casi. Dice La vaca come. -¿Ves? -le contesto enojada- ¿por qué no dice la vaca come pasto si es eso lo que está comiendo?

Y entonces el milagro: -Porque aquí hay tres palabras ¿ves? La-vaca- come. Y las señala. Nunca he tenido una revelación que me cambiara tanto la vida. Miro y remiro las tres palabras, las leo, enteras o por pedacitos (aún ignoraba que se llamaran sílabas) busco en el libro otras iguales. Paso toda la tarde embebida en esa tarea. Ese día aprendí a leer.

Hoy en día ¿en qué lugar te gusta leer? ¿Tienes algún hábito o costumbre que te caracterice al momento de comenzar a leer o a escoger un libro?

La lectura nunca fue un hábito para mí; los libros me “asaltaban” desde niña, en cualquier momento y lugar, y yo sucumbía a ellos. Mi madre me traía un libro todos los meses, cuando cobraba. A veces, después de dármelo, me pedía que hiciese algún mandado. Yo salía, con el dinero y el bolso apretados en una mano y el libro en la otra. Caminaba leyendo hasta el final de la cuadra, donde un vago instinto de supervivencia me hacía detener, sin cruzar la calle. Al ver que no regresaba ella salía a buscarme y me encontraba aún allí, a pocos metros de casa, absorta en la lectura.

No he cambiado mucho. Recuerdo una vez, ya adulta, que retiré dos libros de una biblioteca. Me habían entusiasmado mucho y estaba ansiosa por leerlos. Entonces, en vez de ir hasta casa, crucé a la plaza que estaba frente a la biblioteca y me senté a leer. Leí los dos de un tirón y claro, en vez de seguir para casa volvía a cruzar para elegir otros.

Si tuvieras que elegir una palabra (pueden ser dos o más) para describir lo que significa un libro ¿cuál o cuáles serían?

No soy fundamentalista del libro como objeto. El libro es una posibilidad. Por lo general, de hacernos pasar un buen rato, algunas veces, de aburrirnos soberanamente, otras –muy pocas- de cambiarnos la vida. Pero cuando sucede, es mágico.

Si tuvieras que decir en pocas palabras lo que significa para vos la lectura ¿cuáles serían? 


Una vez le pregunté a un grupo de chiquitos de cuatro años qué era la poesía. La mayoría me miraron desconcertados, pero uno gritó: -¡Yo sé! ¡La que te atrapa! Resultó ser que había confundido la poesía con la policía pero creo que la respuesta se aplica a esta pregunta. La lectura es eso: la que te atrapa.

¿Qué estás leyendo en el momento en que te ha llegado esta entrevista? O ¿qué estás buscando leer?

Hay libros que siempre estoy leyendo hace años ...

 "El jinete polaco", de Antonio Muñoz Molina:




"La experiencia de la lectura", de Jorge Larrosa




..y la "Poesía vertical", de Roberto Juarroz





...conviven en mi mesa de luz.

No sé qué designios me hacen elegir uno u otro cada noche pero me gusta que sean ellos los que cierren mi día y abran mis sueños. 

Estoy buscando leer desde hace mucho Cómo acercarse a la poesía, de Ethel Krauze, Poesía y realidad, de Juarroz y Correo literario de Wislawa Szymborska. Si alguno de tus lectores saben donde encontrarlos me encantaría saberlo.







¡Gracias Mercedes por tomar la palabra!, ¡gracias lectores!

Nos encontramos en cualquier momento, en este mismo lugar...