lunes, 10 de enero de 2022

Recordando a María Elena Walsh : La poesía en la primera infancia

 Hoy es un aniversario de su partida. María Elena Walsh nació el 1/2 de 1930 y falleció un 10 de enero de 2011



Recuerdo que estaba de vacaciones en el Mar, que la noticia me llegó por la radio y que mi llanto en soledad tenía por motivo la confirmación de que ya nunca podría
conocerla en persona.

Esta es la segunda entrada que hago sobre MEW, en la primera compartí un texto de su autoría "Casada con los libros"



Esta imagen de MEW a los 17 cuando publicó Otoño Imperdonable, tomada por la fotógrafa Grete Stern que era vecina de Ramos Mejía siempre me enamora.

Quería en esta ocasión compartir con uds la charla "La poesía en la primera infancia" que pueden encontrar aquí

Esta invitación a participar en las Jornadas Pedagógicas de OMEP* puede resultar algo sorprendente. Por lo general, y para desgracia de todos, la pedagogía se ha mantenido divorciada de la poesía y no es habitual que un poeta sea invitado a deliberaciones como ésta. 

Me refiero en especial a alguien que, como yo, está desvinculada de toda actividad pedagógica y teme pronunciar simples opiniones que pudieran ser tomadas como dogmas o teorías. Me parece oportuno dejar sentado de entrada mi derecho a ser arbitraria y solicitar que esta informalísima charla no sirva para solucionar sino simplemente para plantear, compartiéndolos con ustedes, dudas, interrogantes y sospechas. 

Creo que todo cambio de ideas se presta a malentendidos si previamente no nos ponemos de acuerdo en un punto: qué tipos de seres humanos queremos formar a partir del Jardín de Infantes. Si valoramos la sensibilidad sobre la habilidad, si queremos formar seres lo menos maleables posible a las presiones de una sociedad enloquecida podemos empezar a hablar de poesía y Jardín de Infantes. 

La poesía está rodeada de algunos prejuicios. El niño se enfrenta con ellos -velada o directamente- ya desde el ámbito familiar. Poesía o versificación suelen considerarse una blandura, un afeminamiento, un arcaísmo. Los argentinos cultivamos el pudor de los sentimientos y el culto a la sensatez. Lógico es que ahuyentemos una forma de expresión que incluye el desenfreno de la fantasía y el desorden del afecto. Además de esa soterrada guerrilla familiar, hay otra guerra declarada contra la poesía y es la que libra denodadamente la escuela primaria, dedicando notables esfuerzos a destruir el instinto poético del niño. Al jardín de Infantes correspondería en primer término suplir la carencia sufrida en el hogar y prevenir la epidemia de sensato prosaísmo desatada en la escuela. 

El jardín recibe a los niños en la edad en que parecen más libres y dispuestos a aceptar y asimilar un sentimiento poético de la vida. Para no destruirlo, sería importante que el maestro desterrara de su mente el prejuicio de que la poesía es útil, aplicable o alusiva a temas escolares. La poesía no alude más que a sí misma, sopla donde quiere y es preferible que no forme parte del temario sino del recreo, que se integre más en el juego que en la instrucción. 

Existe otro factor muy importante: la convicción y el contenido afectivo con los que el maestro ofrezca la poesía a los niños. Justamente al estar desesperados los maestros por encontrar versos alusivos a temas dados, los transmiten y enseñan sin convicción. Descartan el gusto y el placer y los reemplazan por la obligatoriedad. 

Ustedes no desconocerán teorías de pediatras modernos que dan un enorme valor no ya al alimento que la madre proporciona al niño, sino al cómo se lo da. Creo que lo mismo sucede con un alimento puramente espiritual. La maestra tiene que estar convencida de que el "Arroz con leche", pongamos por caso, es una hermosa canción para transmitir. Si siente en cambio que tal versito es un bodrio pero alusivo a un tema establecido, va a transmitir su secreto disgusto al niño. 

Esto nos lleva a encarar otro problema: la formación literaria del maestro, que a su vez está desorientado por el mal gusto que puede haberle sido inculcado desde sus propios estudios primarios. El maestro, como todos, tiene que encontrar su camino, un poco a tientas, buscando materiales que le produzcan placer, comparándolos con las grandes obras, formando su pequeña porción de cultura desvinculada de utilitarismo didáctico. 

El maestro puede haber descuidado la formación de su propio gusto estético, no tener noción clara de los valores, cosa que no es pecado irreparable mientras se sientan realmente deseos de superarlo. No es fácil que el maestro tenga un concepto más o menos acertado de la verdad poética -y la limito aquí como es lógico a la poesía para niños-. 

Tendríamos que recapacitar un poco sobre el lugar que ocupa la poesía en nuestra sociedad. No volemos tan alto como para hablar de Poesía, refirámonos simplemente al juego de la versificación y la imaginación, ese que existe de manera tan espontánea en las comunidades campesinas de algunos países, por ejemplo. Entre nosotros, y en especial en las ciudades, la poesía está confinada, de manera inmediata y naturalmente tristísima, a ciertas formas de la propaganda. Pensemos que nuestros niños, desprovistos de abuelas tradicionales o nodrizas memoriosas, lo primero que oyen y aprenden son los jingles publicitarios. De lo que se deduce que una de las actuales nodrizas del niño es la televisión, y que de ella absorbe las más precarias formas de versificación, música y atropello de la sintaxis. Una seudopoesía destinada no a despertar sus sentimientos y su imaginación, sino a moldearlo como consumidor ciego de un orden social que hace y hará todo lo posible por estupidizarlo. 

Solicitado por los jingles o los malos versos didácticos, el niño no tiene más camino que el que le abran con segura mano sus maestras del jardín de Infantes. 

Me parece necesario insistir en que la función primordial de la poesía para los niños en edad preescolar es proporcionar placer, alegría, ser en definitiva una modesta forma de felicidad. Quizás los elementos humorísticos nos permitan competir con los grandes atractivos que ofrecen los medios masivos de difusión. ¿Cómo puede competir una humilde cancioncita contra los tremendos atractivos de Batman? Sólo lo cómico puede ser igualmente atrayente, o casi. Y es triste reconocer que lo cómico, lo humorístico, estaba hasta hace muy poco tiempo desterrado de nuestra enseñanza, como elemento al parecer "pecaminoso". 

Sin embargo, nada más "pecaminoso" que la tristeza, esa tristeza que hemos querido inculcarles a nuestros chicos a través de una vasta y mediocre producción poética llena de lúgubres resonancias. 

Otro problema que enfrentamos al referirnos a la poesía apta para niños es el de la claridad y la oscuridad. Estos valores son relativos y quizás no debemos juzgarlos como adultos. Creo que el niño ama especialmente lo que no entiende. Hace p oco que aprendió a hablar, y se supone que no sólo aprendió para expresar sentimientos y sobre todo necesidades, sino que también aprendió a hablar por hablar, a enamorarse muy temprano del simple sonido de las palabras y de sus posibilidades de juego. Es la misma edad de los pueblos primitivos, que usan la palabra con un sentido mágico o como conjuro. Seleccionar los versos en la medida en que sean absolutamente comprensibles es un acto insensato. La poesía primitiva -del niño o de los pueblos- está siempre llena de sonsonetes, de estribillos, de onomatopeyas y sonidos incomprensibles. 

Claro es que estos juegos verbales difícilmente pueden ser improvisados. Si no provienen del folklore o de un auténtico poeta pueden caer en la más obvia ñoñería. En el folklore, los juegos verbales han sido aprobados y decantados por la sabiduría de generaciones. Y un auténtico poeta puede recrearlos o inventar otros también, gracias a su prolongado uso del idioma. Creo que todos los sonsonetes tradicionales, el repertorio de refranes y cantilenas folklóricas siguen teniendo una vigencia y un sentido profundo que el jardín de Infantes debe preservar. 

Muchas veces me han formulado preguntas acerca del "disparate", como si el disparate fuera una novedad. El juego silábico sin sentido que en español llamamos jitanjáfora, es viejo de toda vejez. Las situaciones y personajes disparatados siempre existieron en la tradición de los pueblos. Claro que el disparate fabricado a la fuerza puede ser tan peligroso y descaminado como la poesía forzadamente didáctica. El llamado "disparate", cuando proviene del folklore o de un poeta, es un elemento de doble fondo; actúan sobre él, de manera casi mágica, influencias subconscientes que le dan una lógica implacable, como son implacables las leyes lógicas de la más disparatada imaginación infantil. 

Por estas razones es difícil pensar en una poesía absolutamente comprensible y aun calificarla para las distintas edades. Si indagamos en el sentido de los versos "arroz con leche, me quiero casar" veremos que están aparentemente desconectados de toda lógica. Sin embargo, es probable que sedimenten residuos de viejas tradiciones, de costumbres que desconocemos. Por ejemplo: la práctica de arrojar arroz sobre los recién casados. De todas maneras, es improbable que un niño de cuatro años se interrogue sobre el correcto significado de una canción cuyos elementos, por separado, le son familiares. 

Hasta ahora, toda auténtica poesía destinada a los niños es formalmente perfecta. Son perfectas las canciones folklóricas que hemos heredado, son perfectas las que crearon los poetas. En el Jardín de Infantes, sin embargo, se improvisa mucha poesía, defectuosa, asesina de la sintaxis, abarrotada de diminutivos y pobres rimas hechas de verbos en infinitivo. El poeta es el único capaz de versificar para los niños, y no por elegido sino por artesano. Supera al lego bien intencionado en la misma medida en que un ebanista supera a un lego en la confección de un mueble. Por eso insisto en que la poesía para Jardín de Infantes debe rescatarse del folklore o de la obra de los auténticos poetas, aun de fragmentos que no hayan sido creados especialmente para niños. 

La poesía destinada al niño en edad preescolar pertenece al reino de la imaginación y del juego más que al de la didáctica. Es evidente que el reino de la imaginación no tiene fronteras, que los personajes poéticos son naturales de cualquier país y por lo tanto muchas veces son importados. Pero creo que es importante acercar al niño a su realidad cotidiana e impregnarlo de conocimientos vinculados al acervo de su propio país. Esta puede ser base sólida sobre la cual inculcar sentimientos patrióticos y no patrioteros. Esto parece obvio y sin embargo no lo es. Solemos estar muy desvinculados de nosotros mismos. He visto cómo en el interior del país maestros sumamente equivocados querían sustraer al niño de las canciones y los giros idiomáticos regionales heredados y reemplazarlos por otros falsamente "culturales”. La poesía para niños es aparentemente escasa, pobre y poca entre nosotros, pero la maestra jardinera está en condiciones de incrementarla realizando su pequeña antología personal, hecha de fragmentos, de consultas a viejas recopilaciones, tratando siempre de preservar lo que pertenezca al repertorio folklórico. Creo que no debe esperar demasiado que le ofrezcan cosas hechas, manuales y tratados donde esté diagramado, teorizado y desarrollado el programa a seguir. Creo que es más importante lo que la maestra puede ofrecer de su propia cultura personal, de su búsqueda y elección. 

Nunca está de más recomendar la frecuentación de las recopilaciones realizadas por don Rafael Jijena Sánchez. Él acostumbra incluir en sus antologías fragmentos apropiados para niños de muy distinta edad. Sólo la maestra puede seleccionarlos según su criterio y su experiencia. 

Hace pocos instantes hablamos del poeta como artesano, y de la artesanía necesaria para crear la más sencilla coplita infantil. Supongo que ustedes se habrán preguntado por qué existen tan pocos poetas para niños. Y supongo también que esa pregunta tiene muchas respuestas. Yo solamente aventuraría algunas suposiciones. El escritor, que busca una comunicación con sus semejantes, en general no considera que el niño sea su semejante sino su inferior. Entre los literatos se suele considerar de manera un tanto despectiva la actividad de escribir "para niños". Entre otras cosas, los niños no fabrican prestigios literarios: no escriben crónicas en los diarios ni otorgan premios ni ofrecen becas. Fuera de estas razones tangenciales sin duda existen otras mucho más profundas. Si indagamos un poco en la vida de los más importantes escritores para niños, tenemos la impresión de que han pagado muy cara su vocación. En general han ofrecido una poesía brotada de la soledad y del dolor. Se han replegado en la búsqueda de la inocencia para conjurar una realidad amarga o sombría. 

Bastante conocido es el ejemplo de Andersen, el gran solitario. Preferiría comentarles muy epidérmicamente las vidas de los que considero los dos más grandes poetas para niños que hayan existido: Lewis Carroll y su contemporáneo y compatriota Edward Lear. Muchas cosas tenían en común estos dos ingleses. Una sobre todas: la de ser terrible, absoluta y espantosamente solterones. El caso de Lewis Carrol es por demás interesante y curioso. Podemos decir que es el poeta que realmente puso el mundo patas para arriba, el hombre que tuvo la imaginación más desenfrenada en el mundo de la literatura infantil. Todo este juego insensato se basaba, por contradicción, en el orden implacable de una mente dedicada a las matemáticas y la teología. En una mente ceñida a la mayor rigidez de la Inglaterra puritana. Y digo deliberadamente su mente, porque de sus sentimientos sabemos poco y nada. La poesía de Carroll es una sana explosión en un mundo de rígida y a veces cruel sensatez. Parecidas características tiene la poesía de Lear, su contemporáneo y quizás maestro, a pesar de que jamás hicieron mutua referencia de conocerse o estimarse. Ambos fueron sabios ladrones de la tradición, creo que es la máxima fuente de inspiración de todo el que escribe para niños. Carroll en especial utilizó, a menudo parafraseando con gran soma, las viejas Nursery Rhyines recreando a sus personajes. Su plural atención a la realidad lo llevaba incluso a deleit arse jugando con ocasionales expresiones de su época. A veces, un extraño apelativo, una oscura referencia en alguna de sus obras no es sino una marca de aceite o de brillantina victorianas. Estos dos ingleses son dos extraños ejemplares: quizás los únicos poetas excepcionalmente dotados que se dedicaron a escribir sólo para niños. Lo habitual es que un escritor sólo dedique sus ratos perdidos a este tipo de creación, o que no sea lo fundamental de su obra. Supongo que Carroll y Lear escribieron exclusivamente para niños porque obedecían a impulsos muy profundos. Y de esta profundidad surge su eterno valor. 

Entre los poetas contemporáneos es un deber citar a uno que escribió un maravilloso libro en medio de la tragedia. Uno de los más hermosos libros de poesía para niños que se hayan escrito nunca: 

Chantefables de Robert Desnos, poeta surrealista. En el París ocupado por los nazis, en medio de sus angustiosos trabajos en la Resistencia, en la clandestinidad y el miedo, pensó en los niños. Y en el libro que les dedicó se despidió de ellos y de la vida. Luego de jugar en un puñado de páginas con las flores y los animalitos de su tierra, Desnos fue arrestado y muerto en un campo de concentración. 

Una anécdota: tanto suele tenerse a menos el escribir para niños que cuando yo comenté el libro de Desnos ante un grupo de intelectuales franceses, se escandalizaron de oírme decir que era un libro para niños. Ellos, contradiciendo al autor, consideraban que era poesía a secas, poesía surrealista. 

Mucho más cerca de nosotros se dio el caso de otra poesía para niños brotada de la soledad, y curiosamente desacertada en cuanto a comunicación con sus destinatarios. Ella misma reconoce su torpeza, en el conmovedor epílogo de Ternura. No podemos poner en duda el profundo amor de Gabriela Mistral por los niños, un amor también de "solterona", de mujer profundamente maternal y a quien la vida le había negado hijos. A pesar de su amor y de su prolongado ejercicio de la docencia, escribe una poesía que es en apariencia para niños pero contaminada de prejuicios y preocupaciones sociales que la hacen prácticamente incomprensible para ellos. Gabriela Mistral realizó un intento de poesía para niños y si no lo consiguió, consiguió por lo menos despertar la conciencia de la gente que tiene en sus manos la responsabilidad de protegerlos y educarlos. 

Otro caso de soledad ahondada por la incomprensión del medio es el de nuestro querido José Sebastián Tallon. Tallon publicó su libro Las Torres de Nüremberg demasiado temprano, hace ya 40 años, cuando pocos se preocupaban no sólo de escribir sino de comprender una vocación poética dedicada a los niños. Tallon tuvo en vida poco reconocimiento a su labor. El consideraba que había obtenido un solo premio: el voto de Alfonsina Storni en un concurso y la declaración que ella hiciera posteriormente consagrándolo uno de los libros más hermosos de nuestra poesía. Sólo mucho después de su muerte se le reconoció el mérito enorme de haber abierto una brecha en la lengua española que hasta ese momento era singularmente pobre en materia de poesía infantil. Tallon se inspiró muy poco en nuestra tradición. Sin duda lo enriquecía mucho más su propia infancia con reminiscencias de la tradición inglesa. 

Esta tradición -la de las Nursery Rhynes- es la más rica y variada que conozcamos, de curiosa y fuerte vigencia a través de los siglos. Sólo en el siglo pasado empiezan a aparecer las primeras ediciones, porque hasta entonces se habían mantenido vivas por tradición oral. 

Hay un personaje -protagónico en la historia de la literatura para niños- que se ha encargado de transmitirlas: la niñera. En la Inglaterra puritana la niñera es un puente entre las distintas clases sociales: pone a niños de las clases cultas en contacto con los refranes, las historias y los mitos populares de la "clase baja" de la que ella procede. Por otra parte, en los medios rurales o en los hogares desposeídos, son las madres las que transmiten estas tradiciones a sus hijos. Ambas -madre o niñera- parecen haber enmudecido para siempre entre nosotros. Sólo la maestra jardinera puede seguir siendo puente entre la tradición y los niños. La tradición española -aunque de gracia chispeante en algunos fragmentos- tiene características sombrías, un eco casi constante de lobreguez. La muerte es tema protagónico de mucha poesía, de casi toda la destinada a "entretener" a los niños, como esa famosa canción "Ya se murió el burro"... que acunara a tantas generaciones de niños, y muchas otras que narran historias más o menos siniestras de fatal desenlace. Algo de eso, pero mucho más atenuado, sucede con la tradición francesa. Dramáticos episodios históricos son familiares a los niños a través de una poesía tradicional llena de gracia y encanto, más dulce y sutil que la española, de la que son paradigma la famosa canción de Mambrú o la bellísima del rey Renaud. 

¿Qué tradición tenemos en nuestro país? Casi carecemos de ella, como carecemos de una traducción de la palabra nursery. Quizás "guardería" sea la más apropiada, aunque la guardería está fuera del hogar y la nursery estaba dentro de él. Si no tenemos una tradición sólida en materia de poesía para niños es de suponer que carecemos de una continuidad de tradiciones hogareñas. El nuestro fue un país de hombres solos y nómades, donde -haciendo un poco de sociología silvestre- podemos suponer que las madres estaban solicitadas por costumbres ásperas, por una vida ajena al arrullo, una vida en la que el silencio y la enormidad de las distancias enmudecían y adormilaban a las memorias más despiertas. Es muy curioso comprobar cómo los inmigrantes trajeron a nuestro país el silencio: conocemos muy pocas personas que hayan sido acunadas por canciones italianas, francesas o españolas. Al llegar a América se interrumpen bruscamente las tradiciones europeas --quizás recordar duele demasiado}--- y no nos quedan sino algunos fragmentos que se han ido salvando a través del tiempo, gracias a la misteriosa persistencia de los niños, que parecen preferir siempre lo mismo. 

Querría subrayar estas impresiones con algunos recuerdos personales que las confirman. Yo heredé de mi padre el amor por la tradición inglesa. Él a su vez conservaba el hábito de hacer juegos de palabras y recitar las resabidas rimas. Y es bastante inexplicable que de mi madre -hija de andaluza- no haya heredado más que silencio: jamás le oí repetir verso o canción alguna. Al parecer, hasta una abuela andaluza puede enmudecer en esta larga y desolada América, que invita a añorar en silencio. Alfonsina Storni procura dilucidar este silencio de las mujeres en muchos de sus versos: "Dicen que silenciosas las mujeres han sido en mi casa materna..." 

Poesía no es sólo transmisión o memorización de versos. Es por sobre todo una actitud frente a la vida, una forma de sensibilidad. Naturalmente, los espectáculos visuales también pueden conformar o deformar en el niño un sentimiento poético de la vida. Yo alcancé a conocer una época en que el cine tenía valores poéticos no reñidos con el humorismo. Y tenía, por sobre todas las cosas, un valor que ahora consideramos peyorativamente: el de ser un cine "familiar", a compartir por toda la familia. Hemos descubierto con los años que ese cine "familiar" y aparentemente banal fue un cine eterno y de valores estéticos que poco se superaron. El cine de Laurel y Hardy, de Harold Lloyd, de Eddie Cantory sobre todo de ese gran poeta que es el señor Carlitos Chaplin. Si comparamos estos espectáculos con los que se ofrecen actualmente, nos damos cuenta de que hemos progresado poco, que es muy esporádico lo que la industria ofrece al niño, sobre todo al niño nos desvinculado de su familia. La industria ejerce todo su poder para transformar al niño en consumidor ciego, pero poco le ofrece en cambio para enriquecerlo o despertar su imaginación y sus sentimientos. Creo que nos corresponde la obligación de saber discernir entre los dispares valores que se le ofrecen al niño. Por ejemplo, discernir entre dos creadores que aparentemente se confunden pero son antagónicos, como Walt Disney y Charles Chaplin... Todo lo que Chaplin realizó de poético, hermoso y humano en el cine, fue a lo largo del tiempo desvirtuado por la industria de Disney, que si al principio crecí personajes llenos de ternura, se transformó más tarde en una poderosa fábrica de violencia y cursilería. A partir de él el espectáculo para niños adquirió un ritmo desenfrenado, un hábito de la velocidad mental que aniquila toda posibilidad de contemplación, un ritmo de violencia inusitado, la familiaridad con métodos de crueldad que querían ser disimulados como juego. Estos dos ejemplos en materia de espectáculo -ambos importados- pueden ser tema de meditación: las imposiciones de un mercado poderoso sobre el alma de nuestros niños. Carecemos de espectáculos, no ya para niños sino aptos para el desarrollo moral y mental de la familia. 

En Europa redescubrí otra forma de espectáculo, que hace años existió también en Buenos Aires: el teatro de variedades, donde se reúnen la música, la comicidad y el circo para diversión de toda la familia y no como burdo ejercicio de la pornografía tal como existe actualmente entre nosotros. 

Querría terminar esta conversación -deshilvanada por cierto-comentando el significado del acto de escribir para los niños. Significa en definitiva reconstruir, recoger piezas dispersas de un gran rompe cabezas. Reconstruir o reinventar una tradición rota o fragmentada. Reconstruir datos dispersos de la propia infancia. Reconstruir la infancia de los niños actuales, amenazados en su inocencia por toda una sociedad insensible. Reconstruir de alguna manera la relación a menudo defectuosa entre padres e hijos: un verso, una canción pueden ser lazos de reunión. La poesía es en definitiva reconstrucción y reconciliación, es el elemento más importante que tenemos para no hacer de nuestros niños ni robots ni muñecos conformistas, sino para ayudarlos a ser lo que deben ser: auténticos seres humanos. 


Charla ofrecida en el Congreso de OMEP de 1964 * Organización Mundial de Enseñanza Preescolar

Les dejo unas imágenes de Zoo Loco, uno de mis libros favoritos de poesía para las infancias. 

Ilustrado por Pedro Vilar
Sudamericana


Ilustrado por Perica 
Alfaguara







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