domingo, 3 de octubre de 2021

Leer la vida. (Ponencia en el VII Simposio LIJ del Mercosur)

Leer la vida


                                    Por Pato Pereyra




Ilustración  de Alejandra Karageorgiu

    Comencé a dar clases de biología en una escuela secundaria de gestión pública, en la Ciudad de Buenos Aires, hace 6 años atrás. Llevaba más de 20 años trabajando como docente  en la Universidad de Buenos Aires, cuando se me presentó la  oportunidad de volver a un aula con adolescentes. No fue fácil adaptarme, transcurridas las primeras semanas, pensé que lo mejor sería abandonar. No lo hice, primero porque no me gusta darme por vencida, y segundo porque en algún momento, sentí que empezábamos a disfrutarlo. 

 

          En mi tarea cotidiana, explicar un tema, es lo más fácil. Lo que es verdaderamente difícil es conseguir la atención y el silencio. Tener en promedio 27  estudiantes,  de edades comprendidas entre los 13 y 18 años, se transforma en una experiencia similar a intentar contener una cascada extendiendo una mano. Habrá algo que se nos desborda,  que se nos escurre, que no podemos detener. Así que para estar en este espacio, tuve que desaprenderme y empezar de nuevo. Otra vez la lectura, acudió en mi auxilio.

 

     Leer y escribir son dos componentes de todas mis clases.  Sin embargo,  al comenzar en esa escuela, pensé que no debía restringirme a los libros de texto, o los artículos y libros de de divulgación científica que solía utilizar, pensé que compartiéramos literatura. ¿Por qué leer literatura?.  Andruetto (2015) en  “La lectura otra revolución” nos dice:

 

…la literatura nos propone inquietud, insatisfacción, intemperie. Como sabemos, no es suyo lo general sino el territorio de lo particular. No está en ella la palabra infalible, ni la palabra uniforme que suprime la indecisión y la duda; muy por el contrario, en su mundo viven la duda, las indecisiones, las dificultades de comprensión, que son todas estrategias necesarias para pensar por nosotros mismos, cosa siempre tan difícil. En fin, que la literatura no nos lleva a la simplificación de la vida sino a su complejización, sorteando el pensamiento global, uniforme, para ir en busca de la construcción y el pensamiento propio. (p 84)

   

     Aunque al principio buscaba textos que tuvieran relación con el tema que iba a dar, como por ejemplo “Wangari, y los árboles de la paz”, al explicar fotosíntesis,  después me di cuenta que no era necesario justificar mis lecturas. Que no debía haber plantas o animales en una historia para seleccionarla. Me fui desapegando de la función instrumental, y escogiendo las historias que disfrutaba. Mi intención era que manifestarán su interés en los temas que explicaba, y también que me pidieran más lecturas. 

 

     Un aula de secundaria está en continuo movimiento. Un rumor que no se apaga, del mismo modo como los adolescentes, no logran apagar la tecnología que tienen siempre a mano. Son escasas las ocasiones en que podemos aquietarnos, y estar en silencio. En ese ámbito  la lectura de un cuento impone una ruptura.

 

     Intentaba “convocar el silencio”. No el que surge por imposición, sino por la voluntad de escuchar. En la enseñanza universitaria  el silencio me acompaña diario. Bastaba que me parara en el frente del aula, tiza en mano, para que se pusiera a mi lado. En cambio en la escuela secundaria, el silencio se mantenía oculto, agazapado tras la puerta, temeroso de entrar.   Jorge Larrosa (2019) dice: “…el silencio, a veces, es espera y paciencia, no opuesto a la palabra, sino el lugar donde la palabra germina.” Tan necesario ese silencio, y tan necesario germinar las palabras como aprender a escuchar/escucharnos.  Es en parte lo que debemos educar, como dice Cecilia Bajour (2014)  La escucha es ante todo una práctica que se aprende, que se construye, que se conquista, que lleva tiempo. No es un don ni un talento o una técnica que se resumiría en seguir unos procedimientos para escuchar con eficacia.”

 

     No es necesaria la inmovilidad, pero sí entrar en un tiempo otro. Lo cual se hace imposible cuando estamos a última hora de la tarde de un viernes, y mis estudiantes, esperan ansiosamente el timbre de salida con su cabalgadura de mochilas al hombro.

 

     Comencé con la Lectura en voz alta (LVA). Una estrategia utilizada por muchos, que la Fundación Mempo Giardinelli ha comprobado es una herramienta fundamental en la Pedagogía de la lectura. Algunos profesores de literatura les leían (y quizás algunos de otras asignaturas), pero no con frecuencia, y menos a los cursos de 4to y 5to (“para no facilitarles la lectura, dado que ya son grandes”). Para mí leerles, aparte del placer de compartir,  era la única posibilidad de que algunos estudiantes, abrieran un libro. Esos 15 minutos finales, cuando el cuerpo ya no quiere permanecer sentado, o esos minutos iniciales, en los cuales el cuerpo busca acomodarse, en mi clase se leía.

 

     Escogía cuentos cortos, o los primeros capítulos de alguna novela. A veces les preguntaba que estaban leyendo en otras clases, para seguir el recorrido de un autor .La diversidad como premisa. Cuentos de Roald Dahl, Saki o Julio Cortázar. Pero también “Deme otro” de Luis María Pescetti, o el infaltable “Silencio niños” de Ema Wolf, cuentos que están en colecciones infantiles pero que sin embargo sé que les encantan, que llaman a la risa, que les generan preguntas.  Un año,  “No” de Marta Altés, (2015), un libro álbum, fue una de las lecturas preferidas. Leer “Un jardín” (Ferrada y Ferrer, 2016), un poema ilustrado en un libro en formato acordeón, los asombró y sensibilizó. Utilizaba el calendario escolar a mi favor, buscando que los libros me acompañaran en distintos momentos del año. Esos días en que teníamos actos y las clases se interrumpían, los destinaba a leer. El 24 de marzo,  “El día de la memoria” en Argentina, leíamos los primeros capítulos de “El mar y la serpiente” de Paula Bombara, y lo enlazábamos con “Niños”, ese terrible y bello libro de María José Ferrada, o con “La composición” de Antonio Skármeta.

 

     Era la voz del libro, de los personajes, del autor, en el aula, y el silencio. La actitud corporal de abandono, de dejar la mochila a un costado y recostarse en el banco. Las buenas costumbres se establecen en la clase con mucha rapidez (las malas también), así que después  de un par de semanas, si no les leía, antes de terminar la hora diría “¿hoy no nos va a leer algo profe?”. A veces entraba a propósito con el libro en la mano, para que me preguntaran, para que se creara la ansiedad por la lectura.

 

     Cuando se callaba el cuento, el aire se tornaba más liviano, la inquietud se aplacaba. Hubo algunos momentos en que nos sorprendió el timbre del recreo, o el de salida, en plena lectura. Y nadie se movió. Cuando había tiempo, hablábamos de lo leído. Algunos cuentos los ponían a conversar entre ellos. Si alguno no había entendido algo, lo preguntaba, si había tiempo nos sentábamos en círculo y lo compartíamos. Como dice Cecilia Bajour (2014) “Hablar de los textos es volver a leerlos”. Si alguien se animaba a leer (si había un/una valiente), lo escuchábamos.

 

     Al terminar la lectura, me pedían que les prestara lo que estaba leyendo, o me decían “profe quise comprar el libro que nos leyó”. Algunas veces comentaba como al pasar, que el libro estaba disponible en la biblioteca. Pero también era cierto, que la biblioteca escolar no era un lugar amigable (los libros permanecen encerrados en vitrinas, con la consiguiente dificultad para escoger), y que la sala de lectura (un espacio formado y sostenido por algunas profesoras de lengua, con libros donados y otros comprados, con almohadones y alejado del ruido) permanecía cerrada y solo se abría cuando alguna docente llegaba con su curso.  Así que pensé una manera para que los libros estuvieran disponibles y circulando en los espacios dentro y fuera del aula. En julio de  2018 empecé a armar Bibliotecas de libros libres. “A los libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. “ (Gustavo Martín Garzo, citado por Pedro Cerrillo, 2016, p39). Buscaba  salir al encuentro de los lectores. Con libros propios y algunos donados, armé tres cajas bibliotecas. Una en el primer piso, otra en la entrada del colegio, y la tercera en la sala de profesores. Cualquiera podía pasar y llevarse un libro. O dejar alguno nuevo.


 


     Entre los libros que llevaba al aula, había muchos álbum ilustrados. A medida que incorporábamos la ESI (Educación Sexual Integral) en nuestras planificaciones,  estos libros abrían puertas, tendían puentes a temas que podíamos conversar  (la diversidad, la orientación sexual, los estereotipos, los mandatos, la violencia en las relaciones, la aceptación). Hicimos un primer taller con libros álbum en una jornada escolar junto a una de las profesoras de lengua y la experiencia resultó provechosa. Esos libros que en un principio pensaron que eran para “niños”, los entusiasmaron.  Son libros que nos invitan a completar el sentido, que callan algunas cosas y dejan al lector completar a su antojo.

 

     Con los estudiantes más grandes, de 4to y 5to año, las dificultades en el aula eran cada vez mayores. No les interesaba ninguna actividad. Habían tenido frecuentes problemas en respetarse entre ellos, y a otros.  Otra vez la ausencia de escucha,  la necesidad de silencio.

 


     Los invité a salir del espacio del aula y acudimos a la Sala de Lectura. Se sentaron en ronda, y tuvieron que mirarse (en el aula se daban la espalda o se ocultaban en un rincón) y les presenté  un mantel con álbum ilustrados de variados autores para que se sirvieran.  La consigna era escoger uno, y leerlo, para después contárselo al resto del grupo. Su primera reacción fue reírse y decirme que eran libros para niños. Tomé algunos, se los presenté, y luego los dejé. La mayoría se animó, y a los que no los fui acompañando en su recorrido con recomendaciones.  Al cabo de un rato, alguno se dio cuenta que estaban por primera vez en silencio, leyendo. Empezaron a recomendarse lecturas, y a pasarse los libros “tenés que leer este”, se decían. Por primera vez el final de las dos horas,  el timbre del recreo nos encontró en pleno hacer. Anotaron el nombre del libro elegido y lo que les significaba en unas pocas palabras: “bullying”, “amor”, aceptación de uno mismo”. Uno de mis alumnos, que nunca participaba en clase, al despedirse me dice entre risas, “profe leí en este rato más que en todo el año” (todos habían leído entre 3 y 4 libros al menos).


     Con los cursos de 2do año, en la sala de lectura, leímos “Las muñecas son para las niñas” (Flamant y Engleben, 2013), y dedicamos un tiempo a la conversación. El libro nos habla de los estereotipos. Surgieron algunas malas experiencias  (“no me dejaban hacer básquet  porque no es un deporte de chicas”, “cuando era chico me quise disfrazar de mariquita y no me dejaron”), pero también experiencias positivas (“cuando era chico iba a todos lados con una barbie¨, ¨mi hermanita juega al futbol”). Toda esa sesión fue muy movilizante porque era un curso en donde dos chicos estaban haciendo su transición de género. Como dice  Aidan Chambers  (2010)  …no sabemos lo que pensamos hasta que nos oímos discutiéndolo…Existe una correlación entre la riqueza del ambiente de lectura en el que viven los lectores y la riqueza de una conversación sobre lo que han leído.”. Justamente es de la riqueza de las conversaciones que se construye la intimidad de un aula, y el pensamiento crítico.

 

     La intervención poética como estrategia.  Al comienzo de mi segundo año en el colegio, junto a una profesora de matemática, realizamos una encuesta acerca de los hábitos lectores de los alumnos y alumnas del Liceo.  La poesía fue de los géneros menos escogidos en las encuestas de lectura. ¿Por qué insistir con la poesía?  En palabras de María Cristina Ramos (2013, p44) “La poesía debe circular en la escuela, entre otras razones, porque desafía el pensamiento, porque convoca a una mirada lúcida y singular sobre el mundo, a una calificada mirada que encuentra un más allá de sentidos fecundos.” Leímos  algunos poemas en clase: de Laura Devetach, Gustavo Roldán, Eduardo Abel Giménez, María José Ferrada, Mar Benegas y tantos otros poetas. Algunos como “Un terrorista, él observa” de Wislawa Szymborska,  los llevó interpelarse sobre sus ideas previas sobre la poesía. Es un poema narrativo, que relata los momentos previos al estallido de una bomba. Varios de los poemas de Wislawa, los interpelaron. (Wislawa, 2014). Otras acciones poéticas fueron:

·         Susurros en la escuela: Una intervención con susurradores, en ocasión de una Jornada dedicada al Arte y la Palabra en la escuela en 2018. Los alumnos y alumnas de segundo año seleccionaron sus poemas favoritos,  y unos 5 estudiantes, susurraron poemas a los integrantes de la comunidad escolar.

·         Taller de poesía e imagen: En ocasión de la Jornada de Arte de 2018, propusimos un taller de escritura poética. Los disparadores fueron por un lado otros poemas impresos, pero también las fotografías que sacaron los mismos alumnos como parte del #proyectomirarelmundo, un proyecto que compartimos en Instagram. Ese mismo año, junto a la profesora de Lengua,  Marina Beresñak, los segundos años tuvieron la experiencia de un taller, en donde leímos y compartimos poesía.

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                        Poesía para llevar


: En 2019 hubo cambios en el sistema escolar, en CABA,  debido a la “Secundaria del Futuro”.  Se redujo la carga horaria de mi materia, y pasamos de trimestres a bimestres. No quedó tiempo para la lectura, y la fui discontinuando.  En un intento por mantener el espacio poético, y aumentar la circulación de la palabra, inicié los viernes de “poesía para llevar”. Un sobre con poemas escogidos, impresos en cartulinas, que podían elegir. A veces les leía un poema antes de despedirlos hacia el fin de semana. Se nos volvió costumbre y empezaron a coleccionar los poemas, y a regalarlos. Continuando con este intercambio de poemas, en nuestro stand en la Feria de Ciencias, regalamos haikus y semillas.


·         Si tuviera que escribirteuna carta. El libro “Si tuviera que escribirte” reúne los poemas de Alejandra Correa y la ilustración de Cecilia Alfonso Esteves. Es un intercambio epistolar en modo poético. A partir de su lectura les propuse recibir cartas por correo.  A los que decían que sí, les escribí una carta personal, y se las envié. Luego hicimos un buzón para el aula, en donde empezamos a intercambiar cartas.

 


     Algunas conclusiones: Hay una pequeña trinchera desde donde me parapeto contra  el mundo. El espacio del aula. Y ese espacio tiene ramificaciones que se despliegan hacia lugares impensados. Considero que mis estudiantes no tienen que optar por la ciencia o por el arte. Ambos son parte de nuestra vida. No estoy segura de que algunos de mis alumnos y alumnas, se hayan convertido en lectores, después de todas estas experiencias, (tampoco estoy segura de que hayan aprendido genética). Quizás algo los haya tocado.  Recuerdo que  P. me recibió un lunes en el aula diciéndome que el poema que se llevó le pareció buenísimo, y que se lo había compartido a su papá. También que la mamá de J.se acercó para contarme cómo lo había conmovido a su hijo la lectura de “El mar y la serpiente”. O de cómo “mi alumna con nombre de ave” como solía nombrarla, esperaba cada viernes su poema, se quedaba y lo leía sin prisa, cuando todos ya estaban  fuera del aula, luego lo guardaba para siempre en su cuaderno, y se iba. Pienso en J. C, que ya egresó, y que hace un par de años en el patio del colegio, al devolverme un libro de las Bibliotecas Libres, me dijo: “es el primer libro que leo entero en el año”. Siempre un libro/ una lectura/ un poema que nos llegue de manos amorosas, tendrá  más chances de quedarse en nosotros. Sabemos cómo decía Graciela Montes, que “la escuela es la gran ocasión”, y por eso persistimos. Es el espacio en donde podemos democratizar las lecturas. Pero  las dificultades y las incertidumbres están más presentes que nunca. Hacia adentro y hacia afuera de las instituciones.

 

    Elegimos estar en esas aulas. Elijo la educación pública, para mí, para mis hijos. A pesar de los cambios. De que nos digan que hacer, y no nos escuchen,  que nos acorten los tiempos (el tiempo de conversación, de estar), que pretendan que la tecnología nos reemplace, que nos exijan más y  nos paguen menos. A pesar de esto, que disfrazan de Secundaria del Futuro, y debería quedar en el pasado.   A pesar de todo, hay una resistencia. Y quizás el inicio de una revolución. Una docente,  en el aula, con un libro, empezando a leer.

 

Bibliografía

1.     Altés, Marta. (2015). ¡No!. Barcelona. España. Editorial Thule.

2.    Andruetto, María Teresa. (2015)   La lectura otra revolución. Colección Espacios para la Lectura. 1ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Fondo de Cultura Económica.

3.    Bajour, Cecilia. (2014). Oír entre línea: el valor de la escuela en las prácticas de lectura.  Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. El Hacedor.

4.    Bombara, Paula. (2005). El mar y la serpiente. Colección Zona Libre. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Norma Editorial.

5.    Cerrillo, Pedro (2013). El lector literario. Colección Espacios para la lectura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Fondo de Cultura Económica.

6.    Chambers, Aidan (2007). Dime. Colección Espacios para la lectura. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Argentina. Fondo de Cultura Económica.

7.    Correa, A y Esteves, C. (2017). Si tuviera que escribirte. Córdoba. Ediciones de la Terraza

8.    Ferrada, M J y Ferrer, I. (2016) Un jardín. Barcelona. España. A buen paso.

9.    Ferrada, M J y Quien J. (2013). Niños. Santiago de Chile. Chile. Grafito Editorial.

10. Flamant, L y Englebert, J.L. (2017). Las muñecas son para las niñas. Girona. España. Tramuntana Editorial.

11. Larrosa, Jorge (2019). Esperando no se sabe qué. Sobre el oficio de profesor. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. NOVEDUC libros.

12. Pescetti, Luis. (2004). Nadie te creería. Buenos Aires. Aguilar. Altea. Taurus. Alfaguara.

13. Ramos, María Cristina. (2013) La casa del aire. Literatura en la escuela. Neuquén. Argentina. Editorial Ruedamares.

14. Skármeta, Antonio. (2000). La composición. Venezuela. Ekaré.

15. Wolf, Ema (2010). ¡Silencio, niños!. Bogotá. Colombia. Editorial Norma.

16. Winter, Jeanette. (2009). Wangari, y los árboles de la paz. Caracas. Venezuela. Ekaré.