Una actividad que disfruto hacer en distintos momentos del año y que me ha dado muchas alegrías ha sido escribir cartas.
A veces como cierre del año, para estos días en que tomo evaluaciones y al mismo tiempo tengo estudiantes que ya aprobaron y que están con ganas de escaparse del aula.
Y también en algún momento en que deseo que el curso se conozca o se una, tan necesario en este tiempo, lograr que se comuniquen.
En todas esas ocasiones, escribimos cartas.
Suelo comenzando a leer de " Si tuviera que escribirte ", un libro de poemas de Alejandra Correa ilustrado por Cecilia Afonso Estéves, una página o dos.
Hace días que no me llega ninguna carta. ¿Será que a veces todas las letras y las palabras navegan hacia un mismo universo lejano?
(“Si tuviera que escribirte” / Textos de Alejandra Correa - Ilustraciones de Cecilia Afonso Esteves)
(El libro de Ediciones de la Terraza tiene licencias creative commons y se lo pueden descargar aquí )
Empezar a leer el poemario e ir mostrándoles las cartas es lo más bello, se sorprenden, se genera la escucha. El poemario muestra sobres y notas poéticas entre un escritor/ay su destinatario/a. Es inspirador desde la palabra y la imagen. Y es una introducción a un mundo desconocido, porque no escriben cartas. No conocen de ellas. A veces les pregunto si han recibido alguna carta y me dicen que no, o sí (principalmente entre mis estudiantes más grandes) pero que era una propaganda. Cada vez más lejos de ese mundo del tiempo para escribir en papel, cuando ahora tenemos mail, mensajes instantáneos, y estamos todo el tiempo comunicadas.
A veces también les llevo mis cartas. Las que mi padre me enviaba desde el extranjero cuando se exilió. Y se las leo. Les muestro los sobres amarillentos, y sus dibujitos e ilustraciones para una niña que era yo y que odiaba escribir cartas. Tantas veces me pedía que les contestara pronto. Y les hablo de eso, que antes una carta tardaba muchísimo en llegar a destino. Y que era la única forma de tener noticias del otro/otra. Les muestro las estampillas, dónde se escribe el remitente, dónde el destinatario (y eso hay que repetirlo muchas veces porque siempre se confunde).
Luego les llevo mi pequeño buzón (con una caja de cartón y una ranura), sobres (suelo comprar los chiquitos, de 7.5 por 10cm, pero a veces tengo pocos o salen caros así que les ofrezco que hagan los suyos), y papeles de colores.
Les doy la consigna: escribir una carta, un pequeño mensaje, un dibujo, un recuerdo, para alguien.
Dar algo de una para otro/otra.
Ese es el verdadero sentido.
Como un extra siempre llevo craqueladores, sellos, pegatinas, marcadores.
Igual siempre le ponen más de lo que yo esperaba.
Invito a que creen sus sobres, pinten, dibujen. En una ocasión que logramos hacer esto durante varias clases, en el horario de tutorías, les llevé poemas también, por si quieren regalárselos.
A veces hacemos distintos niveles de cartas. Primero a quienes deseen, que en general son los amigos y amigas cercanas, luego a quien nunca escribirían una carta, por último, dejo la libertad de hacer. Ya se ha creado la magia.
Me han escrito cartas a mí, a estudiantes de otros cursos, a sus familias.
El último día de clase abrimos el buzón y repartimos las cartas.
En mi caso, además, termino el año escribiendo una carta individual a cada estudiante. Esta es una costumbre que empecé desde que comencé a dar clase en secundaria. Una buena costumbre que se va pasando de boca en boca (este año ya me preguntaron si les escribiría una carta) y que me hace mucho bien. En esa carta manuscrita, en la que utilizo esos mismos sobres pequeños, recojo fragmentos de toda nuestra relación del año. Y me sirve para cerrar con ellos y ellas ese recorrido. Es una nota personal que da cuenta de nuestra historia. Suele ser fácil escribir algunas y difíciles otras, intento hacerlas con el impulso de iluminar los buenos momentos. Cada carta se lleva un pedacito de mí. Y lo bueno es que sé que la atesoran (no siempre claro, pero sí muchas). Que años después cuando me los vuelvo a encontrar aún la guardan, a veces hasta la traen en su memoria o en su cartera. Suelen preguntarme si son todas iguales, si las escribo especialmente. Si, les digo, 70 o 75 cartas individuales. ¡Cuánto hace falta esa individualidad!
Esta experiencia que hago en secundaria (con estudiantes entre 14 y 17 años), creo que se adapta a todas las edades.
Extra: inspirado en ese libro hay un juego de cartas de Tinkuy que pueden buscar.