Este libro de Fabio Morábito fue publicado por Gog&Magog, en 2014
El autor nació en Alejandría, Egipto, de padres de origen italiano. Vive en México desde su adolescencia. Creo que esto explica muchas cosas que se hablan en el libro como la escritura, el lenguaje, el idioma.Este libro es de esos, muy deseados. Largo rato perseguidos.
No es una novela sino un libro de ensayos breves sobre distintos temas.
En dónde se explora, la literatura, la lectura, la poesía, la lengua, y también autores y libros.
Cuando lo terminé de leer, no corrí a reseñarlo porque me dejó una sensación de ambigüedad, hubo algunos en donde me perdí, y otros en dónde no me hallé.
Pero al volver al libro para reseñarlo, me dí cuenta de la cantidad de subrayados, de hojas dobladas, de marcas que necesité para terminarlo y me amigué con él. Más aún cuando encontré en el propio texto la respuesta
" Un libro tiene derecho de aburrir al lector. Hay páginas soporíferas en "La montaña mágica" y es un gran libro."
Entendí que de tanto acumular deseo mis expectativas eran que no me defraudara, leerlo de un tirón, y no pasó así. Pero no porque fuera un mal libro, sino porque habla de muchas cosas y hay cosas que no me hablan a mí, como otros libros o autores que aún no conozco. Y me dí cuenta que tampoco me defraudó, y la prueba es que comparto subrayados de él, para que los tengan:
"...la poesía es huidiza y engañosa: no concede nada, no promete nada"
"Todo libro rompe un cerco, pero a su vez nace de él, de una voz que ha sido capaz de volverse un cerco de voces, un murmullo junto al fuego"
"...la poesía es como un hombre en una cueva oscura, que antes de dar el siguiente paso debe afianzar ambos pies y encomendarse a Dios."
"Esto habría que decirles a los alumnos: que nunca se termina de escribir lo que uno escribe porque el mundo apurado nos lo arranca de la mano y sin ese apuro no habría estilo ni casi razón para escribir. Y decirles también que más allá de estilos y de géneros, de temas y argumentos, quien escribe, escribe siempre y tan solo un justificante"
El ensayo que da nombre dice:
"Porque todo escritor, bien visto, se hace escritor gracias a esa traición, se aparta de la lengua madre para adoptar la lengua que no es la propia , una lengua extranjera, una lengua sin lágrimas. Se abdica del idioma materno porque se abdica del llanto y se abdica del llanto porque sólo dejando de llorar se puede escribir."
Estupenda tarea de esta editorial argentina Gog&Magog, que hace que me enamore de cada libro que leo. Del mismo autor han publicado también "El lector a domicilio", y "También Berlín se olvida"
Les dejo una de sus páginas.
"Escribir sin levantar la cabeza"
Tuve un maestro que nos leía cuentos mientras paseaba por el salón de clase. Sostenía el libro abierto en la mano derecha y guardaba la izquierda en el bolsillo del pantalón, que sacaba para dar vuelta la hoja y, aprovechando el gesto, propinaba un coscorrón a los que hablaban o miraban por la ventana. Si la falta era más grave interrumpía la lec
tura, cambiaba el libro de mano y asestaba con la derecha un golpe tremendo en la cabeza del desgraciado de turno. Lo veo todavía en su eterno traje gris, gastado de tanto uso, caminando entre los pupitres. Su manera de sujetar el volumen abierto con una mano, ocultando la otra en el bolsillo del pantalón, me hizo entender a carta cabal qué es un libro. La mano golpeadora, oculta en el bolsillo, era la misma con al que daba vuelta a las páginas con suma delicadeza. Ese hombre cuya autoridad sobre nosotros era inmensa, con un libro en la mano sufría una metamorfosis y un ablandamiento que llegaban a cambiarle los gestos y la voz. Con ello, se nos hacía palpable el ascendente que un libro, ese objeto relativamente sencillo, puede tener sobre una persona. No nos cautivaba tanto el relato como la transformación del maestro. Pero nadie podía considerarse a salvo y cuando sacaba la mano del bolsillo para dar vuelta a la hoja, volvíamos a temblar. La mano aguardaba unos segundos, lista a descargar el golpe sobre algún desprevenido. Esa pausa, muy breve si el cuento tenía atrapado a nuestro verdugo, se alargaba peligrosamente si la historia resultaba floja. En cierto modo eso representó una lección duradera de bien escribir, porque no me cabe la menor duda de que un buen cuento y a veces tan sólo una buena línea nos ahorraron unos certeros golpes en la nuca y en el cráneo. Habría que escribir siempre así: bajo una constante amenaza física en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase. Pero hoy desgraciadamente en la mayoría de los talleres literarios se enseña a escribir sin miedo y con la frente en alto.
tura, cambiaba el libro de mano y asestaba con la derecha un golpe tremendo en la cabeza del desgraciado de turno. Lo veo todavía en su eterno traje gris, gastado de tanto uso, caminando entre los pupitres. Su manera de sujetar el volumen abierto con una mano, ocultando la otra en el bolsillo del pantalón, me hizo entender a carta cabal qué es un libro. La mano golpeadora, oculta en el bolsillo, era la misma con al que daba vuelta a las páginas con suma delicadeza. Ese hombre cuya autoridad sobre nosotros era inmensa, con un libro en la mano sufría una metamorfosis y un ablandamiento que llegaban a cambiarle los gestos y la voz. Con ello, se nos hacía palpable el ascendente que un libro, ese objeto relativamente sencillo, puede tener sobre una persona. No nos cautivaba tanto el relato como la transformación del maestro. Pero nadie podía considerarse a salvo y cuando sacaba la mano del bolsillo para dar vuelta a la hoja, volvíamos a temblar. La mano aguardaba unos segundos, lista a descargar el golpe sobre algún desprevenido. Esa pausa, muy breve si el cuento tenía atrapado a nuestro verdugo, se alargaba peligrosamente si la historia resultaba floja. En cierto modo eso representó una lección duradera de bien escribir, porque no me cabe la menor duda de que un buen cuento y a veces tan sólo una buena línea nos ahorraron unos certeros golpes en la nuca y en el cráneo. Habría que escribir siempre así: bajo una constante amenaza física en un pupitre incómodo, con la cabeza gacha y rogando por la eficacia de cada frase. Pero hoy desgraciadamente en la mayoría de los talleres literarios se enseña a escribir sin miedo y con la frente en alto.